viernes, 27 de noviembre de 2020

Buscad el reino de Dios y su justicia.

 

BUSCAD EL REINO DE DIOS Y SU JUSTICIA

El Padre Nuestro, que es la oración que el mismo Nuestro Señor Jesucristo nos enseñó para orar, en la segunda petición “Venga tu Reino” (Adveniat Regnum tuum) sin el Nos que relativiza y subjetiviza como si fuera y se tratase en la sola alma o corazón que no está en latín, por cierto, y en la siguiente petición, y esto para que se haga s voluntad (la de Dios) en la tierra, así como lo es en el cielo (Fiat Voluntas tua sicut in Caelo et in Terra).

Ese reino que se pide, no es la Iglesia, ya que ésta está en la tierra desde su fundación en la cruz.

De otra parte, hay que tener en cuenta que en esta tierra el que reina es el príncipe e este mundo, Satanás, y es evidente que esto o que impide o imposibilita que se haga la voluntad de Dios en la tierra como lo es en el cielo. Además tenemos que al final del Padre Nuestro se pide que seamos liberados del mal (Sed libera nos a malo), y en primer lugar, ser liberados del Maligno, ya que es él el príncipe de este mundo y del cual proviene todo otro mal en esta tierra.

Estas son verdades paladinas e incontestable, es decir inexpugnables para todo el que se tenga por católico.

San Agustín en su obra La Ciudad de Dios, habla de dos amores que fundaron dos ciudades: “Dos amores han fundado dos ciudades: una terrestre, obra del amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios; la otra, celestial, obra del amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo”. (De Civitate Dei l.14 c.28).

Así el P. Castellani dice: “No anduvo mal Tyconius en el siglo VI, al ver en el Anticristo ‘todas las fuerzas del Mal encabezadas y como encarnadas en un Rey perverso’. Es la ‘Ciudad del Hombre de San Agustín, opuesta a la ‘Ciudad de Dios’, que halla finalmente su Jefe y se organiza en él. Hoy día es ‘un fin político lícito’ y muy vigente por cierto, tomar la organización de las comarcas del mundo en un solo Reino, que por ende se parecerá al Imperio Romano. Esta empresa pertenece a Cristo; es en el fondo la secular aspiración de la Humanidad; pero será anticipada malamente y abortada por el Contracristo, ayudado del poder de Satán”. (El Apokalypsis, ed. Paulinas, Buenos Aires, 1973, p.188).

Aunque fue un hereje donatista Tyconio, no nos debe de extrañar que el P, Castellani lo mente, pues hasta el mismo San Agustín, tomó de Tyconio, algunas cosas que le parecieron buenas, como el mismo P. Castellani en otro lugar comenta: “Indicaré aquí, sin embargo, la otra interpretación, la alegórica,

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que inventó en el siglo IV el hereje donatista Tyconius, y repitió minuciosamente San Agustín en el capítulo XX y ss. De Civitate Dei”. (El Apok. p.294).

La Torre de Babel tuvo por impulso la expresión del ideal de la ciudad terrena, anhelo que permea a través de toda la historia a los hombres que enarbolan ese amor de sí mismos, egoísta, narcisista, que lleva hasta el desprecio de Dios, lo cual se vehicula en la diabólica idolatría del humanismo naturalista y antropoteísta.

Es la gran tentación de todos los tiempos, pero que se enfervorizará cristalizándose al fin de los últimos tiempos apocalípticos, previos a la Parusía.

Gran Tentación como la de Cristo en el desierto, “Todo esto te daré si me adorares”; y que pretenderá realizar el Anticristo con nombre propio de Pseudoprofeta, con el respaldo del maridaje con el poder político del Anticristo civil. Los dos poderes que simbolizan o representan las dos bestias feroces, asesinas: la Bestia Feroz del Mar y la Bestia Feroz de la Tierra que proclaman desde sus entrañas el diabólico “Non Serviam” (No Serviré) y que para ellos se amalgaman en perverso contubernio, el cual está indicado por la fornicación con los reyes (poderes) de esta tierra.

Es la prostitución de la amalgama entre el Reino y el Mundo. Fornicar es, como hace ver el P. Castellani: “‘Fornicación’ llaman los profetas a la idolatría. ‘Fornicar con los ídolos’ significa poner los ídolos en lugar de Dios, el legítimo esposo de nuestras mentes. ‘Fornicar con los reyes de la tierra’ significa poner los poderes de este mundo en el lugar de Dios, (...) El error fundamental de nuestra práctica actual y aún de la teoría a veces- es que amalgamamos el Reino y el Mundo, lo cual es exactamente lo que la Biblia llama ‘prostitución’”. (Los Papeles de Benjamín Benavídez, ed. Dictio, Buenos Aires, 1978, p.227).

Y que será, como dice el P. Castellani, una de las cosas que realizará el Anticristo: “Propician la amalgama del Capitalismo y el Comunismo; que será justamente la hazaña del Anticristo”. (El Apok. p.189).

De otra parte, esto fraguará, por obra del modernismo, como herejía que adultera el cristianismo: “... los enciclopedistas’ o ‘iluministas’, que a través del ‘Liberalismo religioso’ o racionalismo, o naturalismo, han llegado hasta nosotros en el hoy vigente ‘modernismo’ –que ya espantaba a Newman; es la peor herejía que se puede imaginar: la adulteración sutil y total del cristianismo”. (El Apok. p.327-328).

Así tenemos: “La Religión Idolátrica. He insistido en este libro sobre el ‘naturalismo religioso’ o ‘modernismo’ como religión del Anticristo, por ser lo que yo he estudiado, y lo que Se Ve; esto no quiere decir excluir o no conocer otros

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elementos del ‘ejército del Anticristo’: como la magia, el satanismo, (indicados en el Apok. con el nombre de ‘brujos’, los cuales a la Segunda Fiera tienen por capitán) no menos que la Masonería y la conspiración judaico-financiera tan denunciada hoy día”. (El Apok. p.340).

Los autores de esta amalgama y prostitución, son los dos Anticristos, porque tanto lo es el uno como el otro, aunque normalmente se habla de Anticristo como si fuera únicamente la bestia del mar y el otro, el pseudoprofeta, la bestia de la tierra, como una lacayo, servidor del primero, esto es un error (pues ambas son poderosas y prestigiosas y están asociadas en maridaje pues tanto monta, monta tanto); y aún más, como muestra el P. Lacunza, es más peligroso el Anticristo religioso o pseudoprofeta, que el otro, pues el uno mata el alma, (condenación eterna), y otro mata el cuerpo (muerte física) y aunque a veces se dice el pseudoprofeta está al servicio del Anticristo político, no es que sea su servil y subordinado lacayo sino que están de acuerdo, subordinando la religión al servicio de la política, y de ahí es que puede provenir al confusión. Por eso el Anticristo es tanto la Bestia del Mar como la Bestia de la Tierra; y lamentablemente este es un aspecto que no se ha dilucidado suficientemente.

“Así dirá el Anticristo, y lo hará, tomará lo que tiene de bueno el Capitalismo, o sea, la inmensa productividad, y la encausará con medidas férreas, comunizándolas. Habrá abundancia para todos, (menos para los cristianos, por supuesto) y sólo se perderá una pequeña cosita: la libertad; la poca libertad que hoy nos queda, la gran libertad verdadera que prometió (y dio Cristo). Todos seremos gordos: seremos los gordos presidiarios de un inmenso ‘Praesidium’. Infrahombres. El Capitalismo y el Comunismo tan diversos como parecen, coinciden en su fondo; digamos, en su núcleo ‘místico’: ambos buscan el Paraíso Terrenal por medio de la Técnica; y su ‘mística’ es un mesianismo tecnólatra y antropólatra, cuya difusión veremos hoy día por todos lados y cuya dirección es la deificación del Hombre, la cual un día se encarnará en Un Hombre”. (El Apok. p.347).

El modernismo amalgamará religiosamente los dos brazos de la poderosa tenaza, tal como muestra el P. Castellani: “La pulseada diplomática entre Rusia y Estados Unidos, con la amenaza de una enorme guerra, ¿No es actualmente el suceso dominante de la vida política del mundo? Pues bien, es el liberalismo el que pugna con su hijo el comunismo el espíritu batracio que salió de la boca de la Bestia y el otro que salió de la boca del Dragón... Y el modernismo ¿qué hace? El Modernismo coaligará a los dos (...); los fusionará al fundente religioso. El modernismo es el fondo común de las dos herejías contrarias, que algún día que ya vemos venirlos englobará por obra del Pseudo-profeta. ¿Qué es el modernismo? (...) No se puede definir brevemente, (...) Es una cosa que era y no es y que será; y cuando sea, durará poco. Técnicamente los teólogos llaman

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modernismo a la herejía aparentemente complicada y difícil, que condenó el papa Pío X en la encíclica Pascendi; pero esa herejía no es más que el núcleo explícito y pedantesco de un impalpable y omnipresente espíritu que permea el mundo de hoy. Su origen histórico fue el filosofismo del siglo XVIII, en el cual con tercer ojo el padre Lacunza vio la herejía del Anticristo, la última herejía, la más radical y perfecta de todas”. (Los Pap. p.45).

Y así prosigue el padre Castellani relacionando el liberalismo, el comunismo el modernismo y su síntesis en la democracia: “El cua-cua del liberalismo es ‘libertad, libertad, libertad’, el cua-cua del comunismo es ‘justicia social’; y el cua.cua del modernismo, de donde nacieron los otros dos y los reunirá un día, podríamos asignarle este: ‘Paraíso en Tierra’; Dios es el hombre; el hombre es dios. Y la ‘democracia’ (...) es el coro de las tres juntas: democracia política, democracia social y democracia religiosa: Demó-cantaba la rana, cracía- debajo del río. (Los Pap. p.46).

Esto de que Dios es el hombre y que el hombre es dios, lo vemos profesado pública y universalmente con lo que dijo Pablo VI en su discurso de clausura del Vaticano II el 7 de Diciembre de 1965: “El humanismo laico y profano ha aparecido, finalmente, en toda su terrible estatura y, en un cierto sentido, ha desafiado al Concilio. La religión del Dios que se ha hecho hombre se ha encontrado con la religión- porque tal es- del hombre que se hace dios. ¿Qué ha sucedido? ¿Un choque, una lucha, una condenación? Podía haberse dado, pero no se produjo. La antigua historia del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del Concilio. Una simpatía inmensa lo ha penetrado todo. (...) Vosotros, humanistas, modernos, que renunciáis a la trascendencia de las cosas supremas, conferidle siquiera este mérito, reconoced nuestro nuevo humanismo, también nosotros y más que nadie– somos promotores del hombre”.

Cual profeta el padre Castellani ya lo había dicho: “El ‘enciclopedismo’ de los sedicentes filósofos del siglo XVIII; o sea el ‘naturalismo religioso’ que empezó por el ‘deísmo’ y se prolonga en el actual ́modernismo’: la peor herejía que ha existido, encierra en su fino fondo la adoración del hombre en lugar de Dios, la religión del Anticristo”. (El Apok. p.136).

La democracia con su herética inspiración, puesto que proclama al pueblo soberano en contraposición a la soberanía que sólo viene de Dios, es como la definió insuperable y egregiamente Nicolás Gómez Dávila: “La democracia es una religión antropoteísta. Su principio es una opción de carácter religioso, un acto por el cual el hombre asume al hombre como Dios”. (Textos I, Nicolás Gómez Dávila, Villegas Editores, Bogotá, 2002, p.62).

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Por eso el padre Castellani pudo decir aludiendo a la abominación de la desolación diciendo que es: “La peor idolatría, pues en el fondo del modernismo está latente la idolatría más execrable, la apostasía perfecta, la adoración del hombre en lugar de Dios; y eso bajo la forma cristiana y aun manteniendo tal vez el armazón exterior de la Iglesia”. (Los Papeles, p.47).

En la democracia antropoteísta se conjugan tanto el ideal babélico y el del paraíso del edén perdido: “Esta luz cruda deshace y evacúa la eterna ilusión babélica de construir una torre que llegue al cielo, de puro ladrillo y barro; de recoger y reconstruir el antiguo Edén con las solas fuerzas humanas; de llevar a su consumación el Reino de Dios por medios políticos; de que este mundo durará muchísimo y siempre en continuo progreso. Esos son los principales ensueños del mundo moderno y han sido siempre la más profunda y tenaz tentación del hombre, hoy día campante y dominante por doquier fuera de la Iglesia. Contra ellos se levanta del Apokalypsis la austera visión del Milenarismo”. (Los Papeles, p.65).

Como vemos esta es la suprema tentación del hombre, la tentación más perversa y diabólica de la humanidad; la gran promesa invertida de procurar el reino del hombre (endiosado cual pavo real) en esta tierra, ese idílico anhelo de la Torre de Babel, de la Ciudad del Hombre y que pretenderá realizar el Anticristo con nombre propio, Pseudoprofeta.

Por esto dice el padre Castellani: “La bestia de la tierra se parece al Cordero, ́hace prodigios y portentos’, promete la felicidad y habla palabras hermosas, llenas de halagos. Promete el Reino en este mundo. Como Cristo. El Reino en la tierra por las solas fuerzas del hombre, como el Dragón que prometía a Cristo, en el Monte de la Tentación. Este es el misterio de las Dos Mujeres. Son las dos Ciudades de San Agustín, llevadas al máximo de tensión contraria. Pero siempre mezcladas entre ellas y en sus habitantes. ¡Tened cuidado! ‘Dos estarán en un lecho; uno será elegido y otro será dejado’. (El Apok. p.260, 261).

“Grandes poetas y detestables filósofos, al servicio la gran correntada del siglo, de la época enferma... adoradores vanamente esperanzados del paraíso en la tierra por las solas fuerzas del hombre, o sea, de lo que será la Gran Promesa del Anticristo”. (Los Pap. p.75).

Que será como señala el padre Castellani: “(...) la más completa y sutil falsificación del cristianismo que se puede soñar: un ideal de vida cómoda, lujosa y divertida, con mucho ‘sex appeal’ por supuesto, y con un marco de algunos vagos y diluidos dogmas cristianos que no comprometen a nada (...) ‘es el ideal de la Añadidura antes que el Reino, o la Añadidura sin el Reino, o el Reino Milenario realizado desde ya y sin Cristo es decir, el cristianismo expurgado de

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la cruz de Cristo y de su Segunda Venida... ¡Este es el verdadero Anticristo! Si esto invade al mundo como lo está invadiendo y al fin lo domina... Esto es falsa religión sumamente seductora: esto es peor si cabe que el comunismo. (...) Los dos son peores y es más que probable que un día se fusionen, porque proceden del mismo espíritu, el espíritu del Jardín de Edén y del Paraíso en la tierra. Y quien hará la fusión será la Bestia Segunda; la Fiera dela Tierra, ‘que tenía dos cuernos como el Cordero y habla como el Dragón’. (Los Pap. p.246).

A esto lleva también el Progresismo Vergonzante, como lo denominaba el célebre padre Julio Meinvielle, y a sus responsables intelectuales Lamennais y Maritain.

En plena concordancia el padre Castellani expone: Dios mío. En suma: la vulgar actitud conciliadora y contemporizadora del ‘evolucionismo teológico’, la herejía más difundida y menos conocida de nuestros días; que tiene como raíz el no pensar en la Parusía, sin tenerla en cuenta, ni quererla quizá, sin negarla explícitamente; polarizando las esperanzas religiosas de la humanidad hacia el foco de hoy ‘progresismo’ mennesiano. Puede que Dios realmente sacara una nueva era del caos presente, pues nada hay imposible para Dios; aunque no fuese con paz de Don Struzzo, precisamente por agencia de la ONU ginebrina o washingtoniana; pero puede ser también que no la saque ¿qué sabemos? Y el examen de las profecías esjatológicas de la Palabra parece indicar más bien que no la va a sacar. Un día este siglo (el siglo adámico) tiene que agonizar en la tribulación mayor que hubo desde el diluvio acá– y morir. Y resucitar. (...) Hay una especie de reúse oculto del martirio en esta posición, que es también la de Maritain y menos acusadade Christopher Dawson; un buscar la Añadidura por medio del Reino y una evacuación de la Cruz de Cristo...”. (Los Pap. p. 312).

Todo esto no es más que desear el Paraíso en la tierra sin Cristo, sin Cruz, sin Dogmas que dividan, ¡viva la pepa de la libertad religiosa!, donde todas las creencia religiosas valen, lo que cuenta es la solidaridad de los hombres procurándose cual Prometeo robar el fuego divino, y por sus propias fuerzas instaurar el paraíso en la tierra.

Por esto el padre Castellani, ante la falsa acusación que se hace a los milenistas de judaizantes, dice: “En fin los milenistas son ‘judaizantes’. Pero ¿qué cosa más judaizante que esperar un gran triunfo terreno de la Iglesia antes de la Segunda Venida del Cristo? (...) el actual socialismo comunista, por ejemplo, es netamente milenista carnal (y ateo), es decir, ‘judaizante’”. (El Apok. p.87). Este gran triunfo de la Iglesia en este mundo (siglo) es la aspiración y deseo que todos o casi todos los católicos, comenzando por el clero, esperan erróneamente.

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Con esto se cae en los falsos Apocalipsis, como advierte el padre Castellani:

“Doctores de la Fe se pretenden estos, y son tenidos de muchos por tales: incluso publican libros con aprobaciones episcopales: en gran peligro de ser engañados andan hoy los fieles. Uno dellos un famoso del siglo XIX (muchos dellos hoy día) enseñó que la Iglesia antes del Juicio Universal tiene que llegar un triunfo y prosperidad completos en que no quedará sobre el haz de la tierra un solo hombre por convertir (‘un solo rebaño y un solo Pastor’) y sin más ni más se cumplirán todas las exuberantes profecías viejotestamentarias. De acuerdo a algunas profecías privadas, se imaginan al Papa (al ‘Pastor Angelicus’ que debería haber sido Pío XII) reinando sobre todo el mundo apoyado en un Monarca Católico vencedor (que los franceses dice será francés ¡Enrique V! o ¡Luis Carlos I!, pues hasta el nombre le saben; los alemanes que será alemán, etc.) el cual sin embargo mandará menos que el Papa, pues el Papa mandará en todo el mundo; y así en Santas Pascuas y grandes fiestas ¡hasta la resurrección de la carne! Y después a mayores fiestas... Es el mismo sueño carnal de los judíos, que los hizo engañarse respecto a Cristo. Estos son los milenistas al revés. Niegan acérrimamente el Milenio metahistórico, después de la Parusía, que está en la Escritura; y ponen un milenio que no está en la Escritura, por obra de las solas fuerzas históricas, o sea una solución intrahistórica de la Historia; lo mismo que los impíos ‘progresistas’ como Condorcet, Augusto Comte y Kant; lo cual equivale a negar la intervención sobrenatural de Dios en la Historia; y en el fondo la misma inspiración divina de la Sagrada Escritura”. (El Apok. p. 366,367).

Como podemos observar, este sueño carnal de los judíos o milenistas al revés, tal como enfatiza el padre Castellani, es prácticamente lo que la gran mayoría de los católicos espera; y así mismo interpretan al revés la aparición de Fátima.

Entonces vemos que se trata de este milenarismo que es el verdaderamente malo y que sin embargo todos lo tiene por bueno; y es malo porque pretende lograr el triunfo de la Iglesia en esta tierra por las solas fuerzas humanas en permanente y continuo progreso y alcanzando el cielo en la tierra, como en la Torre de Babel y realizando la Ciudad Terrena sin la intervención divina en la historia; y por eso es un milenarismo malo, al revés, o contra natura, y judaizante, como hace ver seguidamente el P. Castellani: “Pero de un milenarismo malo que espera el Reino de Cristo en la tierra antes de la Venida de Cristo, y obtenido por medios temporales, y consistente en un esplendor de la Iglesia también temporal... Y no es el único; pues hay muchísimos hoy día que esperan igual, incluso católicos, sabiéndolo o sin saberlo es milenarismo malo”. (Los Pap. p. 287).

Para tomar un botón como muestra de esto, es lo que Monseñor Williamson piensa del Apocalipsis y es lo que de modo muy general piensan los fieles

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tradicionalistas en Francia e igualmente en todo el mundo que se cree y dice católico.

Por esto es que el padre Castellani dice: “Pero milenarismo y antimilenarismo representan la dualidad histórica hodierna, dos espíritus, dos modos de leer la Escritura, y de ver en consecuencia la Iglesia y el Mundo. De ahí la lucha”. (Los Pap. p.412). Y podemos añadir de nuestra parte, el enfrentamiento y la pugna encarnizada.

Y por esto es que advierte: “Eso de llamar Dios a Cristo no distingue hoy más a los cristianos de los herejes: éstos hoy día no tienen reparo en hacerlo pero han enturbiado el nombre: y se ha gastado el cuño de la moneda. Lo que distingue a los verdaderos cristianos es que esperan la Segunda Venida”. (Los Pap. p.426).

Es por eso que un falso triunfo de la Iglesia, aunque no lo parezca, es el triunfo que esperan la gran mayoría de los católicos, incluso mal interpretándose la promesa de Nuestra Señora en Fátima: “Al fin mi Inmaculado Corazón triunfará”. Al fin, quiere decir finalmente, en conclusión, por encima de todo, al fin y al cabo, a pesar de todo, mi Inmaculado Corazón triunfará; y ese triunfo se inicia en la Parusía, porque el Corazón Inmaculado de Nuestra Señora, no puede triunfar plenamente mientras impere en este mundo Satanás y sea su príncipe.

Por eso el padre Castellani hace ver: “La imaginación de la plebe, y de la super plebe todos somos plebese alimenta necesariamente; no es posible dejarla en seco, y en la religión mucho menos (...) se acabó el milenarismo antiguo y la gente inventa toda clase de milenarismo moderno (...) por algo el decreto del Santo Oficio dice: ‘sea antes, sea después de la Parusía. Hoy día muchísimos católicos, incluso escritores, incluso predicadores, incluso sabios como Berdiaeff o Dawson toman como una especie de gran triunfo temporal de la Iglesia sueñan con una especie de gran triunfo temporal de la Iglesia vecino a nuestros tiempos y anterior a los parusíacos. Con esto soñó León Bloy y Veuillot y Hello y toda la escuela de apologistas románticos franceses, comenzando por Chateaubriand y Lamennais. En eso sueña Papini. ¿Y es otra cosa que eso el fondo del llamado mensaje del gran orador Milanesi? ¿Y es eso otra cosa que el milenarismo anticipado, tan imaginario y mucho menos fundado que el mío?... yo por lo menos no sueño en el vacío. (...) Nuestra época está llena de profetismo como todas las épocas de crisis; porque queremos saber a dónde vamos, pues sin saber a dónde va, nadie puede dar un paso, Y los profetas de hoy se dividen rigurosamente en dos: los que creen que los actuales son dolores de parto y los que creen son dolores de agonía; los cuales remiten el enfantement de la Nueva Era para después de la Parusía... Los primeros preparan el Anticristo (...). Los segundos creen en Cristo”. (Los Pap. p.387).

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El antídoto contra los pseudoprofetas es el Apocalipsis, como hace ver el padre Castellani: “El Apokalypsis es el único antídoto actual contra ese pseudoprofeta’”. (El Apok. p.367).

Y tal como advierte, el que deje o rechace el Apocalipsis verdadero cae en los apocalipsis erróneos: “El que ‘deja allí’ el Apokalypsis, cae en los Apocalipsis falsos”. (El Apok. p.367).

Por eso: “Los fieles de los últimos tiempos solo se salvarán por una caridad inmensa, una fe heroica y la esperanza firme en la próxima Segunda Venida”. (Los Pap. p.135).

Al mal tiempo buena cara, pues como observa el padre Castellani: “Pero hemos de parar mientes en que si las fuerzas del Mal no son contrarrestadas; lo único que pueden hacer es apresurar la catástrofe, y por ende la subsiguiente rehabilitación sobrenatural, y nada más: no pueden construir nada estable ni permanente, siendo esencialmente parasitarias y destructivas. El Mal es un parásito del Ser; y el Ser depende intrínsecamente de Dios. Hasta el diablo trabaja para Dios”. (Apok. p.375-376).

Y no hay que olvidar aquello que deberá ser un gran aliciente pues como dice el padre Castellani: “... en los últimos tiempos el sólo mantener y profesar la fe en Cristo hará a los fieles profetas, y mártires”. (Apok. p.286).

Y además ver, padecer y sufrir todo lo que vemos de malo, no nos debe aplastar, sino al contrario, pues como señala el padre Castellani: “Menos hiere la flecha cuando se la ve venir”. (Apok. p.284).

No hay que olvidar que no se puede ni dudar que estamos en la recta final, aunque no sepamos exactamente en qué punto de esa recta nos encontramos, pero el campanazo apocalíptico ya ha sonado; es evidente, para todo aquel que tenga presente estas dos cosas: primera, según San Lucas: “Jerusalén será pisoteada por los gentiles hasta que el tiempo de los gentiles sea cumplido1. (Lc. 21, 24), es decir, que cuando los judíos vuelvan a Jerusalén, lo cual es el fin de la diáspora, y esto marca el comienzo o inicio del fin de los últimos tiempos apocalípticos, aunque nadie conozca el día y la hora de la Parusía, a lo cual hace alusión San Lucas tres versículos más adelante cuando dice: “Entonces es cuando verán al Hijo del Hombre viniendo en una nube con gran poder y gran gloria”. (Lc.21, 27).

1 El tiempo de los Gentiles, o de las Naciones de los Gentiles, como indica el padre Castellani en su comentario del Primer Domingo de Adviento, es el tiempo del Juicio de los Gentiles o el tiempo del Juicio de las Naciones de los Gentiles, el cual se realizará con la Parusía. (cf. El Evangelio de Jesucristo, ed. Dictio, Buenos Aires 1957, p.401).

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Y para rematar, San Lucas nos anima diciendo: “Más cuando estas cosas comiencen a ocurrir, erguíos y levantad la cabeza, porque vuestra redención está cerca”. (Lc. 21,28).

Y esto es lo que San Pablo denomina la bienaventurada esperanza cuando exclama: Porque se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres, la cual nos ha instruido para que renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos vivamos sobria, justa y piadosamente en este siglo actual, aguardando la dichosa esperanza y la aparición de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo”. (Tit. 2, 11-13).

Y San Pedro afirma lo mismo: “Por lo cual ceñid los lomos de vuestro espíritu y, viviendo con sobriedad, poned toda vuestra esperanza en la gracia que se os traerá cuando aparezca Cristo. (I Ped.1,13).

Y para que no nos queden dudas, repite: “Si, pues, todo ha de disolverse así ¿cuál no debe de ser la santidad de vuestra conducta y piedad para esperar y apresurar la Parusía del día de Dios, por el cual los cielos encendidos se disolverán y los elementos se fundirán para ser quemados? Pues esperamos también conforme a su promesa cielos nuevos y tierra nueva en los cuales habite la justicia”. (II Ped. 3,11-13).

La otra cosa es que el obstáculo (Katejon) del que tanto se ha hablado y ha hecho correr mucha tinta, pero que hasta ahora no se ha sabido definir o determinar con precisión y exactitud, hoy basados en lo que el Papa San Pío X dice, podemos ver claramente qué cosa sea ese obstáculo que tiene que ser quitado de en medio para que el Anticristo aparezca y venga Cristo a destruirlo, y como veremos, abarca todas las otras opiniones que bien miradas no eran más que aspectos de lo que el obstáculo, como veremos, significa.

San Pío X al hablar de la necesidad de la pureza de la doctrina, expone: “Muchos no comprenden los cuidados celosos y la prudencia que debemos tener para conservar la pureza de la doctrina. Les parece natural y casi necesario que la Iglesia abandone alguna cosa de esta integridad; y les parece intolerable que en medio de los progresos de la ciencia, la Iglesia pretenda sola permanecer inmóvil en sus principios. Éstos olvidan el mandamiento del Apóstol: ‘Te ordeno, en presencia de Dios que da vida a todas las cosas, y delante de Jesucristo quien dio testimonio bajo Poncio Pilato, te ordeno observar este mandato (la doctrina que Él ha enseñado) inmaculado, intacto, hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo’. (I Tim. 6,13-14). Cuando esta doctrina no pueda guardarse incorruptible, y que el imperio de la verdad no pueda ser posible en este mundo, entonces el Hijo de Dios aparecerá una segunda vez. Pero hasta este último día debemos mantener intacto el depósito sagrado y repetir la gloriosa declaración

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de San Hilario: 'Más vale morir en este siglo que corromper la castidad de la verdad’”. (Pie X, Jérôme Dal-Gal O.M. Conv. 1953, p.107-108). Y podríamos decir la pureza, la virginidad inmaculada de la verdad.

Queda claro que San Pío X señala que el Hijo de Dios solamente aparecerá después que la Iglesia (los hombres de Iglesia y la jerarquía) no pueda mantener incorruptible la doctrina, y que así entonces no pueda seguir la Iglesia manteniendo el Imperio de la Verdad. Esto implica que antes habrá aparecido el Anticristo. Entonces es evidente que el obstáculo que tiene que ser quitado de en medio para que aparezca el Anticristo y venga Nuestro Señor, es el Imperio de la Verdad mantenido por la Iglesia. El Imperio de la Verdad doctrinal, comprende por sí mismo todas las otras interpretaciones que sobre el obstáculo se han hecho y que si bien se mira, están comprendidas en él; entre ellas están el Imperio Romano u Orden Romano cristianizado por la fe, como Santo Tomás y otros dicen, la presencia del Espíritu Santo para otros, la Santa Misa, etc., etc.

En resumidas cuentas, el Katejon es el Imperio de la Verdad mantenido por la Iglesia a través de la doctrina guardada incorruptible, y este obstáculo, a partir del Concilio Vaticano II, ha sido quitado urbi et orbi, porque la Iglesia dejó de hacer imperar la verdad, y en su lugar lo que impera hoy es la confusión doctrinal y las tinieblas, dejando de ser la Iglesia oficial, luz del mundo, a imagen de la luz de Cristo. Luego, el obstáculo ya ha sido quitado, como todos podemos hoy ver.

Lo cual corresponde con lo que Santo Tomás a su vez comenta sobre la Gran Tribulación, la cual consiste como él enseña, en la perversión de la doctrina: “Habrá entonces una Gran Tribulación que será la perversión de la doctrina cristiana a causa de una falsa doctrina, y si no son abreviados esos días, es decir, por el testimonio de la doctrina, a través del aditamento de la verdadera doctrina, no se salvará ninguna carne, esto es, todos se convertirán a la falsa doctrina”. (Com. In Mat. 24).

Y más adelante en el mismo capítulo, comentando el pasaje del sol que se obscurecerá, dice: “Por sol se puede designar a la Iglesia; de donde se ve que la Iglesia, a causa de la Tribulación no brillará. (Ibídem).

En la homilía de San Jerónimo, tercer nocturno del breviario del XIV y último Domingo después de Pentecostés, dice: “La palabra abominación quiere decir ídolo, la desolación sigue a continuación porque es dentro del templo ya arruinado y destruido que ha sido puesto el ídolo. (VIII lección).

La abominación de la desolación también expresa la doctrina pervertida o corrompida pues ¿qué es si no un ídolo en lugar santo (templo), sino la expresión de un falso culto y de una doctrina falsa y pervertida? San Jerónimo,

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en la lección de maitines IX del domingo XXIV y último después de Pentecostés así lo afirma: “Por abominación de la desolación se puede entender también el dogma corrompido. Cuando lo hubiéramos visto establecido en el lugar santo, es decir en la Iglesia, y presentarse como Dios, no tendríamos sino que huir de Judea hacia las montañas”.

Por esto el padre Castellani apunta certeramente: “El mismo Templo y la Ciudad Santa serán profanados, ni serán ya Santos. No serán destruidos. La Religión será adulterada, sus dogmas vaciados o llenados de sustancia idolátrica; no eliminada, pues en alguna parte debe de estar el Templo en que se sentará el Anticristo ‘haciéndose adorar como Dios’, que dice San Pablo. La Gran Apostasía será a la vez una grande, la más grande Herejía”. (El Apok. p.153).

Y refiriéndose a la obra del Anticristo, dice: “Reducirá a la Iglesia su extrema tribulación, al mismo tiempo que fomentará una falsa Iglesia”. (El Apok. p.199).

San León Papa, en la lección IV del segundo nocturno de maitines del día de la fiesta de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, 29 de junio, dice hablando de Roma: “Tú que eras maestra del error has devenido discípula de la verdad”, puesto que antes era la gran ciudad ecuménica de todas las religiones, como dice en la lección VI: “Pero entonces esta ciudad, que ignoraba la altura de su elevación, dominando casi todas las naciones, se hacía esclava de los errores de todas esas naciones; y grande se miraba a sí misma tomando para sí la religión, porque no rechazaba ningún error. En el Panteón se encontraban todos los dioses más importantes de las falsas religiones de las Naciones que Roma sometía y los hacía suyos.

Este es el gran misterio de Roma, que de maestra del error, albergando ecuménicamente los falsos dioses en su panteón, se convirtió en discípula de la verdad una vez cristianizada, pero que al fin de los últimos tiempos apocalípticos, como dice Nuestra Señora de La Salette, “Roma perderá la fe y será la sede del Anticristo”, y así entonces por su apostasía, volverá a su antiguo error abrazando ecuménicamente todo error de que fue liberada.

Por esto el padre Castellani, vio en la mala mujer, la religión adulterada y lo que es peor, organizada jerárquicamente y constituida en Pseudo-Iglesia: “La mujer significa en la Escritura, constantemente Israel, es decir, la religión. Dios apostrofa a su pueblo como a una adúltera o la requiebra como una novia. (...) Las Dos Mujeres del Apokalypsis representan la religión en sus dos polos extremos, la religión corrompida y la religión fiel, la Fornaguera sobre la Bestia Roja y la parturienta vestida del sol de la Fe pisando la luna del mundo mudable, y coronada de la venticuatral diadema estelar patriarcal y apostólica. Estos dos aspectos de la religión son perfectamente distinguibles para Dios, pero no siempre para nosotros, la cizaña se parece al trigo y no será separada hasta la Siega”. (Los Pap. p. 225-226).

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Para terminar concluyendo que la Mala Mujer queda formulada en Pseudo- Iglesia: “El significado concreto y ya esjatológico de las Dos Mujeres, es este, según parece: La Mujer celestial y afligida es el Israel de Dios, Israel hecho Iglesia; y concretamente el Israel convertido de los últimos tiempos; La Mujer ramera y blasfema, es la religión adulterada, la formulada en Pseudoiglesia en el fin del siglo, prostituida a los poderes deste mundo, y asentada sobre el formidable poder político anticristiano ...” (El Apok. p.261)

“Es el Misterio de Iniquidad, la ‘abominación de la desolación’, la parte carnal de la Iglesia ocultando, adulterando y aun persiguiendo la verdad, Sinagoga Satanae”. (Los Pap. p.226).

No nos queda más, para concluir, que anhelar la bienaventurada esperanza que queda bien manifiesta en el mensaje pascual de 1957 de Pío XII: “Es necesario quitar la piedra sepulcral con la cual han querido encerrar en el sepulcro la Verdad y el Bien; es preciso conseguir que Jesús resucite; con una verdadera resurrección, que no admita ya ningún dominio de la muerte: Surrexit Dominus vere, mors illi ultra non dominabitur (...) la noche debe iluminarse como el día, nox sicut dies illuminabitur; y cesará la lucha, y brillará la paz. ¡Ven, Señor, Jesús! La humanidad no tiene fuerza para quitar la piedra que ella misma ha fabricado, intentando impedir su vuelta. Envía tu ángel, oh, Señor, Y haz que nuestra noche se ilumine como un día. ¡Cuántos corazones, oh, Señor, esperan! ¡Cuántas almas se consumen pro apresurar el día en el que Tú solo vivirás y reinarás en los corazones! ¡Ven, oh Señor, Jesús! ¡Oh María, que lo viste resucitado!; María, a quien la primera aparición de Jesús quitó la angustia inenarrable causada por la noche de la pasión; María, te ofrecemos las primicias de este día. ¡Para ti, Esposa del divino Espíritu, nuestro corazón y nuestra esperanza! ¡Así sea!”.

“Buscad el Reino de Dios y lo demás se os dará por añadidura”. (Mt. 6,33). ¡Ven Señor Jesús, Marana-tha!
Venga tu Reino, Adveniat Regnum tuum.

P. Basilio Méramo Bogotá, 26 de Noviembre de 2020

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jueves, 5 de noviembre de 2020

El Reino de Cristo en la Tierra. Dogma de Fe.



EL REINO DE CRISTO EN LA TIERRA

DOGMA DE FE


El Reino de Cristo en la tierra, en esta tierra y sobre esta tierra, es un dogma de fe en sí mismo, más allá de los sistemas que lo expliquen o los pretenden explicar, así como tampoco hay que confundir la sustancia o esencia de un misterio de fe, con la explicación o sistema de esquemas exegéticos que lo interpretan, ni con las circunstancias concretas que puedan caracterizar o acompañar el hecho en sí mismo. Pues un dogma de fe es más que una explicación pues es una verdad revelada por Dios y enseñada como tal por la Iglesia.


La Encíclica Quas Primas, 1925 de Pío XII, que proclama la solemnidad de la fiesta de Cristo Rey, deja claro que el reino de Cristo es un dogma de fe y su reino es un reino terreno o terrenal en esta tierra y no sólo o únicamente allá en el cielo.


Cristo es Rey a doble título o por doble partida, esto es, por la unión hipostática (o mucho mejor, por la unión personal) en el Verbo Divino, producida por la encarnación del Verbo Eterno hecho hombre, et homus factus est, tal como reza el Credo, o et Verbum caro factum est, como reza el último evangelio de la Misa tomado del texto de San Juan; lo cual se denomina por derecho  de naturaleza, y el otro, por derecho de conquista adquirido por la redención en la cruz.


Que Cristo sea proclamado Rey, lo es en cuanto que es hombre, porque como Dios es Rey por divina naturaleza, tanto como el Padre y el Espíritu Santo lo son, esto no hay que olvidarlo, pues se está proclamando la realeza de Cristo en cuanto hombre de manera específica, a partir de la Encarnación. Esto que está tan claro y es evidente, sin embargo después se olvida y se pierde de vista, para requintar en el quinto cielo la reyecía de Cristo.


Por esto, el Papa Pío XI, deja claro en su encíclica Quas Primas n° 5: “Asimismo, al cumplirse el Año Jubilar del XVI Centenario del concilio de Nicea, con tanto mayor gusto mandamos celebrar esta fiesta, y la celebramos Nos mismos en la Basílica Vaticana, cuanto que aquel sagrado concilio definió y proclamó como dogma de fe católica la consubstancialidad del Hijo Unigénito con el Padre, además de que, al incluir las palabras cuyo reino no tendrá fin en su Símbolo o fórmula de fe, promulgaba la real dignidad de Jesucristo”. Con lo cual queda más que claro que el fundamento primero de la Realeza de Cristo es la unión hipostática (unión personal, por la persona del Verbo), lo que viene a confirmar al expresar más adelante la misma encíclica, n° 11: “Para mostrar ahora en qué consiste el fundamento de esta dignidad, de este poder de Jesucristo, he aquí lo que escribe muy bien San Cirilo de Alejandría: posee Cristo soberanía sobre todas las creaturas, no arrancada por fuerza ni quitada a nadie, sino en virtud de su misma esencia y naturaleza, es decir, que la soberanía o principado de Cristo se funda en la maravillosa unión llamada hipostática. De donde se sigue que Cristo no sólo debe ser adorado en cuanto o Dios por los ángeles y por los hombres, sino que, además, los unos y los otros están sujetos a su imperio y le deben obedecer también en cuanto hombre, de manera que por el sólo hecho de la unión hipostática, Cristo tiene potestad sobre todas las criaturas”.


La realeza de Cristo que se proclama, lo es en un sentido propio y estricto (literal) y no en un sentido pura o solamente metafórico o espiritual como lo es el reinar sobre las inteligencias, los corazones, en las voluntades de los hombres, pues dice el n° 6 de la misma encíclica de Pío XI: “Ha sido costumbre muy general y antigua, llamar Rey a Jesucristo, en sentido metafórico … Así, se dice que reina en la inteligencia de los hombres ... Se dice también que reina en las voluntades de los hombres … Finalmente, se dice con verdad que Cristo reina en los corazones de los hombres … Más, entrando ahora de lleno en el asunto, es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey, pues sólo en cuanto hombre se dice de Él que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino; porque como Verbo de Dio, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por lo tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas la criaturas”.


Cristo no es un rey de sacristía, es un rey pleno y verdadero, un rey en cuanto hombre, es un rey cosmológico y universal, y su reino se inicia en esta tierra, donde se encarnó, no en el cielo, ni en la luna, ni en marte, ni en júpiter, ni en venus; porque la encarnación se produjo en esta tierra, es para que se entienda un rey terrícola, no un rey lunático, marciano ni puramente celestial. 

Como dice Pío XI, en dicha encíclica n° 9, “Es el mismo Cristo el que da testimonio de su realeza … Siempre y en toda ocasión oportuna se atribuyó el título de Rey y públicamente confirmó que es Rey, y solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra … Por lo tanto, no es de maravillar que San Juan le llame Príncipe de los reyes de la tierra, y que Él mismo, conforme a la visión apocalíptica, lleve escrito en su vestido y en su muslo: Rey de Reyes, Señor de los que dominan. Puesto que el Padre constituyó a Cristo heredero universal de todas las cosas, menester es que reine Cristo, hasta que, al fin de los siglos, ponga bajo los pies del trono de Dios a todos sus enemigos”.

Pero como ahora este mundo tiene por Príncipe a Satanás, tendrá que destronarlo de hecho algún día en algún momento histórico de esta tierra, y esto es el día y la hora de su gloriosa y majestuosa segunda venida, el día de su Parusía, y esto antes del fin del mundo y el comienzo de la vida eterna

El imperio universal (y cosmológico de todo el orbe terrestre y del universo astrofísico) es un dogma de fe irrefutable, si no se quiere ser un hereje negando el dogma que así reafirma Pío XI, n°13: “Viniendo ahora a explicar la fuerza y naturaleza de este principado y soberanía de Jesucristo, indicaremos brevemente que contiene una triple potestad, sin la cual apenas se concibe su verdadero y propio principado. Los testimonios, aducidos de las Sagradas Escrituras, acerca del imperio universal de nuestro Redentor, prueban más que suficientemente cuanto hemos dicho; y es un dogma, además, de fe católica, que Jesucristo fue dado a los hombres como redentor, en quien deben confiar y como legislador, a quien deben obedecer”.

La realeza de Cristo Rey, no es únicamente como por ahora lo es desde su ascensión hasta el día de hoy, de derecho, sino que debe serlo también de hecho, y si por ahora no lo es de este mundo, esta tierra como Él mismo lo dijo: “Nunc autem regnum meum non est hinc”.  (Por ahora, todavía, mi reino no es de aquí), que desgraciadamente traducen mal o no traducen los miopes (nunc autem – por ahora, se lo vuelan) pues algún día tendrá que ser y lo será. 

Esto queda claro y debe de quedar muy claro. El nunc autem, no lo traducen; su miope y antiapocalíptica óptica, les impide ver, así el sentido es, pero por ahora, mi reino no es de aquí, lo cual indica a las claras que algún día sí lo será. Lo será no sólo de derecho como lo es hoy, sino que además lo será también de hecho, lo que todavía no se ha realizado.  Esto queda claro en la encíclica de Pío XI n°19 “Y si el Reino de Cristo abrazase de hecho a todos los hombres, como los abraza de derecho, ¿Por qué no habríamos de esperar aquella paz que el Rey Pacífico trajo a la tierra…?”.

Queda reafirmado que hay que esperar en la tierra el Reino de Cristo también de hecho, ya que no es solamente un reino de derecho.

Hay que esperar entonces la realización de la paz en el Reino de Cristo para que así entonces se realice de hecho, lo que es por ahora sólo de derecho, según ese deseo que señala Pío XI.

Esta fiesta de Cristo Rey se asocia con la del Sagrado Corazón, pues Pío XI dice n°30: “Por tanto, con nuestra autoridad apostólica, instituimos la fiesta de nuestro Señor Jesucristo Rey, y decretamos que se celebre en todas partes de la tierra el último domingo de Octubre, esto es, el domingo inmediatamente que antecede a la festividad de Todos los Santos. Así mismo ordenamos que en ese día se renueve la consagración del todo el género humano al Sacratísimo Corazón de Jesús, con la misma fórmula que nuestro predecesor, de santa memoria, Pío X, mandó recitar anualmente”.

Además podemos observar que la fiesta de Cristo Rey instituida casi al finalizar el año litúrgico, es el coronamiento del Reino del Sagrado Corazón. Hay una plena identificación entre Cristo Rey y el Sagrado Corazón, ya que no es más que el Reino de Cristo, por su corazón, órgano que expresa y simboliza el amor de la persona del Verbo divino de Cristo. Por eso Pío XI en la encíclica Miserantissimus Redentor de 1928 n°4, sobre el Sagrado Corazón, dice: “Mas como en el siglo precedente y en el nuestro, por las maquinaciones de los impíos, se llegó a despreciar el imperio de Cristo nuestro Señor, hasta declarar públicamente la guerra a la Iglesia, con leyes y mociones populares contrarias al derecho divino y a la ley natural, y hasta hubo asambleas que gritaban: ‘No queremos que reine sobre nosotros’ (Lc. 19, 14), por esta consagración que decíamos la voz de todos los amantes del Corazón de Jesús prorrumpía unánime oponiendo acérrimamente, para vindicar su gloria y asegurar sus derechos: ‘es necesario que Cristo reine (I Cor. 15,25). Venga su Reino’ de lo cual fue consecuencia feliz que todo el género humano, que por nativo derecho posee Jesucristo, punto en quien todas las cosas se restauran (Ef.1.10), al empezar este siglo, se consagra al Sacratísimo Corazón, por nuestro predecesor León XIII, de feliz memoria, aplaudiendo el orbe cristiano”.

Para rematar así como a continuación veremos, que la festividad de Cristo Rey viene como complemento y perfección de la dicha consagración que realizó León XIII, del mundo al Sagrado Corazón: “Comienzos tan faustos y agradables, Nos, como ya dijimos en nuestra encíclica Quas primas, accediendo a los deseos y a las preces reiteradas y numerosas de Obispos y fieles, con el favor de Dios completamos y perfeccionamos, cuando, al término del año jubilar, instituimos la fiesta de Cristo Rey y su solemne celebración en todo el orbe cristiano”.

Pío XI, además proclama con júbilo, la bienaventurada esperanza que todo el orbe debiera aceptar, sometiéndose de buena gana al Imperio, y al Reino de Cristo Rey: “Cuando esto hicimos, no sólo declaramos el sumo imperio de Jesucristo sobre todas las cosas, sobre la sociedad civil y la doméstica, sobre cada uno de los hombres, mas también presentimos el júbilo de aquel faustísimo día en que el mundo entero espontáneamente y de buen grado aceptará la dominación suavísima de Cristo Rey”.

Con la devoción al Sagrado Corazón, Pío XI en la encíclica Miserentissimmus Redemptor, n° 14, pretende no sólo la reparación sino la reivindicación de los derechos de Cristo Rey: “A este fin disponemos y mandamos que cada año en la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús… todos los templos del mundo se rece solemnemente el acto de reparación al sacratísimo Corazón de Jesús, cuya oración ponemos al pie de esta carta para que se reparen nuestras culpas y se resarzan los derechos violados de Cristo, Sumo Rey y amantísimo Señor”.

Pío XI hacia el final de esta encíclica, n°14, dirige su mirada hacia la visión apocalíptica de la Parusía: “Los pecadores, ciertamente, ‘viendo al que traspasaron’ (Jn. 19,37), y conmovidos por los gemidos y llantos de toda la Iglesia, doliéndose de las injurias inferidas al Sumo Rey, ‘volverán a su corazón’ (Is.46,8); no sea que obcecados e impenitentes en sus culpas, cuando vieren a Aquel a quien hirieron ‘venir en las nubes del cielo’ (Mt.26,64) tarde y en vano lloren sobre Él” (cf. Ap.1,7)”.

El padre Alcañiz, es el primero que sepa y prácticamente el único que identifica el Reino de Cristo Rey, con el reino del Sagrado Corazón en una óptica y fusión apocalíptica, milenarista del Reino, basándose en las encíclica Quad primas y Miserentissimmus Redemptor. 

San Pío X en su encíclica Ad diem illum laetissimum que movido por una moción divina, ya decía de aquella bienaventurada esperanza: “Además, tenemos que decir que este deseo Nuestro surge sobre todo de que, por una especie de moción oculta, Nos parece apreciar estar a punto de cumplirse aquellas esperanzas que impulsaron prudentemente a Nuestro antecesor Pío y a todos los obispos del mundo a proclamar solemnemente la concepción inmaculada de la Madre de Dios”. Y a continuación deja en claro que esta esperanza de Pío IX y que San Pío X hace suya también, todavía no se ha realizado: “No son pocos los que se quejan de que hasta el día de hoy, esas esperanzas no se han colmado”.

Esta esperanza consiste en la realización de la Gran Promesa que trasunta y permea todas las Sagradas Escrituras, tal como lo expresa Pío IX al proclamar el dogma de la Inmaculada Concepción, en la Bula Ineffabilis Deus del 8 de diciembre de 1854, así: “Mas sentimos firmísima esperanza y confianza absoluta de que la misma santísima Virgen, que toda hermosa e inmaculada trituró la venenosa cabeza de la cruelísima serpiente, y trajo la salud al mundo, (…) y reine de mar a mar y del río hasta los términos de la tierra, y disfrute de toda paz, tranquilidad y libertad, para que consigan los reos el perdón, los enfermos el remedio, los pusilánimes la fuerza, los afligidos el consuelo, los que peligran la ayuda oportuna, y despejada la oscuridad de la mente, vuelvan al camino de la verdad y de la justicia los desviados y se forme un solo redil y un solo pastor”. 

Esta es la gran promesa de todas las escrituras y la gran esperanza de los papas Pío IX y san Pío X; que haya un solo redil y un solo pastor. Es el famoso Ut unum sint, (Jn. 17,21) –para que todos sean uno en el reino de Cristo Rey– que por cierto, su falsa santidad Juan Pablo II, el herético gnóstico interpretó cabalísticamente para su falso ecumenismo. 

Esta dichosa esperanza es la que se realizará, según San Pablo, en y con la Parusía, en el Reino de Cristo Rey y que es lo que se pide en cada Pater Noster: Adveniat regnum tuum, (Venga tu reino), para que así se haga la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo (Fiat voluntas tua sicut in coelo et in terra) y que repetimos casi como loros sin profundidad y distraídamente. ¿Y cómo se va a hacer la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo, por tanto y cuanto siga vigente el príncipe de este mundo Satanás, mangoneando? Y ¿Cómo va a venir ese Reino aquí a la tierra, que estamos pidiendo, no solamente espiritual, a mi corazoncito y a mi inteligencia, (y por eso le añadieron el “nos” que no está en latín, para relativizar) sino se destruye al príncipe de este mundo y a su reino? Eso sólo puede acontecer con la Parusía. 

Esto nos demuestra hasta dónde ha llegado Satanás a alterar y adulterar el mismo Padre Nuestro que nos enseñó Nuestro Señor Jesucristo, conteniendo la bienaventurada esperanza de librarnos de todo mal y del maligno como príncipe de este mundo.

Sobre la Parusía y de los males que la preceden, con la Gran Tribulación que según Santo Tomás es la perversión de la doctrina católica por una falsa doctrina y de la aparición del Anticristo y su reino subsidiario bajo el imperio del príncipe de este mundo Satanás, ya vislumbraba en su primera encíclica E Supremi Apostolatus  de 1903: “Es indudable que quien considere todo esto tendrá que admitir de plano que esta perversión de las almas es como una muestra, como el prólogo de los males que debemos esperar en el fin de los tiempos; o incluso pensará que ya habita en este mundo el hijo de la perdición de quien habla el Apóstol”. 

Y para que no queden dudas de esta señal de los últimos tiempos apocalípticos, San Pío X reafirma esta señal: “Por el contrario -esta es la señal propia del Anticristo según el mismo Apóstol-, el hombre mismo con temeridad extrema ha invadido el campo de Dios, exaltándose por encima de todo aquello que recibe el nombre de Dios; (…) Se sentará en el templo de Dios, mostrándose como si fuera Dios”.

Esto es lo que Nuestra Señora en La Salette vino a profetizar, (que algunos tradicionalistas impugnan negando las apariciones de La Salette, como cierto grupito italiano) “Roma perderá la fe y será la sede del Anticristo”.

Pío XII exclamaba en plena concordancia con esta óptica apocalíptica, parusíaca de San Pio X: “es necesario quitar la piedra sepulcral con la cual han querido encerrar en el sepulcro la Verdad y el Bien; es preciso conseguir que Jesús resucite; con una verdadera resurrección, que no admita ya ningún dominio de la muerte: Surrexit Dominus vere, mors illi ultra non dominabitur (…) la noche debe iluminarse como el día, nox sicut dies illuminabitur; y cesará la lucha, y brillará la paz. ¡Ven, Señor, Jesús! La humanidad no tiene fuerza para quitar la piedra que ella misma ha fabricado, intentando impedir su vuelta. Envía tu ángel, oh, Señor, Y haz que nuestra noche se ilumine como un día. ¡Cuántos corazones, oh, Señor, esperan! ¡Cuántas almas se consumen pro apresurar el día en el que Tú solo vivirás y reinarás en los corazones! ¡Ven, oh Señor, Jesús! ¡Oh María, que lo viste resucitado!; María, a quien la primera aparición de Jesús quitó la angustia inenarrable causada por la noche de la pasión; María, te ofrecemos las primicias de este día. ¡Para ti, Esposa del divino Espíritu, nuestro corazón y nuestra esperanza! ¡Así sea!”.

Entonces, más claro, ni el agua. El que no quiera entender, que reviente, como reventaron Judas y Lutero.

Luego, son los papas mismos los que hablan y esperan la Parusía; y esto, como algo próximo y cercano, y cuándo más cercano si los tiempos marcados para el Retorno de Cristo Rey, viniendo en Gloria y Majestad, ya se vislumbran en la señal dada por las mismas Escrituras que indican en San Lucas 21,24, que: “Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que el tiempo de los gentiles sea cumplido” y esta señal escriturística ya se realizó históricamente con la declaración de las Naciones Unidas en 1947, y de hecho en 1948 cuando se produjo el fin de la diáspora por el retorno del pueblo elegido a Tierra Santa al proclamarse el estado de Israel. Cosa que señaló el padre Benjamín Martín Sánchez, profesor de Sagrada Escritura: “Tenemos un hecho histórico. El 15 de mayo de 1948 ‘al simbólico sonido de las trompetas bíblicas de Jehová, Dios de los Ejércitos, mandaba a tocar el día grande de la solemnidad, un gobierno provisional, presidido por David Ben Gurión, proclamaba en Tel Aviv, (su capital, provisional también), el nuevo Estado soberano de Israel’. Hoy su capital definitiva es Jerusalén”. (Israel y las Profecías, p. 23, Ed. Verbo Divino. Estella, Navarra. 1976).

Jerusalén dejó de ser ya hoyada o pisoteada por los gentiles, literal, histórica y escriturísticamente; es un hecho, et contra factum non est argumentum.

La diáspora finalizó, los tiempos apocalípticos de la Parusía, están bien marcados, pues estos comienzan con el fin de la diáspora, el retorno a Tierra Santa del pueblo elegido y con Jerusalén dejando de ser pisoteada por los gentiles, que en 1967 en la guerra de los seis días, queda totalmente tomada.

Poco se reflexiona, no solamente sobre la petición del Padre Nuestro Venga Tu Reino,  para que así se haga la voluntad en la tierra como en el cielo, sino también sobre el dogma del Reino de Cristo; es un dogma de Cristo específicamente como hombre terrícola que es, y no solamente como Dios, como claramente ya hemos podido ver con la encíclica Quas Primas, pensar así, es un reino puramente celestial, en la beatitud eterna, es una desnaturalización y evaporación del dogma del Reino de Cristo como hombre sobre esta y en esta tierra.

¡Marana tha! 



P. Basilio Méramo

Bogotá, 4 de noviembre de 2020  

  Según observa Monseñor Straubinger, esta sería la denominación más exacta, pues según él, en su nota a I Cor. 16,22: “El escritor judío Klausner ha hecho la siguiente observación a este respecto: ‘para los primeros cristianos, esta parusía de Jesús y su palabra de saludo era Marana  tha (¡Ven, Señor nuestro!), y no Maran  atha (Nuestro Señor ha venido)’”.