Después de anunciar Nuestro Señor Jesucristo por primera vez su Pasión, tiene lugar la
Transfiguración a los seis u ocho días, según se cuente, en un monte alto y nevado que, según
el P. Castellani, no puede ser sino el Hermón y no el monte Tabor que es prácticamente una
loma, aunque esta cuestión sobre el lugar es irrelevante ante la significación proféticoapocalíptica
de la misma; y, poco antes, Nuestro Señor advertía que el día de su Parusía se
avergonzará de aquellos que se avergonzaron de Él ante los hombres, es decir, que se avergonzará
de los hombres de poca fe que no sean capaces de tener el valor para dar testimonio de Él ante
los hombres de este siglo: poderosos que reinan y gobiernan en la ambición, las riquezas, la
injusticia, etc.
La Pasión y muerte de Nuestro Señor (o derrota aparente de Cristo) iba a ser el gran escándalo,
aun para sus apóstoles, que incluso no entendieron (al principio) sus palabras. Todos huyeron
ante la cruz: San Juan permaneció por acompañar a la Virgen, sino también hubiera huido
despavorido como los demás apóstoles. Nuestro Señor les da un anticipo a los apóstoles
llevándose a tres de ellos: San Pedro, Santiago y San Juan para que no claudiquen en la fe ante
la pasión y muerte, anticipándole una visión de su divina gloria y majestad en su Parusía. Así
como esto afianzó a los apóstoles ante la hecatombe de la cruz, de esta terrible derrota
humanamente hablando, y que los mantuvo en la fe a pesar de su huida, así también será para
los fieles del pequeño rebaño lo que los mantendrá firmes en la fe. De aquí la gran bienaventurada
esperanza de la cual nos hablan San Pablo: “aguardando la dichosa esperanza y la aparición del
gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo” (Tito 2, 13); San Pedro: “poned toda vuestra esperanza
en la gracia que se os traerá cuando aparezca Jesucristo” (I Ped. 1, 13); “Si, pues, todo ha de
disolverse así ¿cuál no debe ser la santidad de vuestra conducta y piedad para esperar y apresurar
la Parusía del día de Dios, por el cual los cielos encendidos se disolverán y los elementos se
fundirán para ser quemados? Pues esperamos también conforme a su promesa cielos nuevos y
tierra nueva en los cuales habite la justicia” (II Ped. 3, 11-13) y San Juan: “Carísimos, ya somos
hijos de Dios aunque todavía no se ha manifestado lo que seremos. Mas sabemos que cuando se
manifieste seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal como es. Entretanto quienquiera tiene
en Él esta esperanza se hace puro, así como Él es puro” (I Juan 3, 2-3).
Teofilacto, en la Catena Aurea (compilación de los comentarios mas destacados e importantes a
los cuatro evangelistas que recopila Santo Tomas), es uno de los pocos que relaciona la
Transfiguración con la Parusía y llega incluso a decir que es una profecía de la Segunda Venida,
o lo que es lo mismo, una profecía apocalíptica.
Teofilacto, a su vez, comenta: “Queriendo manifestar que no prometía en vano cuando habló de su
gloria, añade: ‘en verdad os digo que alguno de los que aquí están’, no verán la muerte, antes de
que el reino de Dios viniendo con poder, que es como si dijera: ‘algunos, esto es, Pedro, Santiago y
Juan, no morirán hasta que les muestre en la Transfiguración cuánta gloria ha de acompañarme
en mi Segunda Venida. La Transfiguración no era, pues, otra cosa que la profecía de la Segunda
Venida, en la cual brillaran el mismo Cristo y los santos”. (Catena Aurea, S. Marcos 8, 34-39).
Eusebio, otro comentador, también lo hace dándole un sentido mas milenarista ya que asocia el
hecho de la Transfiguración con la manifestación de su Reino, es decir, del Reino de Cristo en
esta y sobre esta tierra.
Eusebio dice, también: “Cuando el Señor habló a sus discípulos del misterio de su Segunda
Venida, para que no pareciese que creían solo por las palabras, procedió a las obras,
manifestándoles, con fe oculta, una figura de su reino. Por lo que prosigue: ‘y aconteció como ocho
días después de estas palabras, que Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y subió a
un monte a orar”. (Catena Aurea, Lucas 9, 28-31).
Por asombroso que parezca, el mismo S. Jerónimo, increíble y paradójicamente, relaciona la
Transfiguración con la Parusía y su Reino: “El señor, efectivamente se transformo en aquella gloria
con que vendrá después a su reino”. (Catena Aurea, S. Mateo 17, 1-3).
En la Comida Pascual o Última Cena, Nuestro Señor hace referencia a su Parusía y a su Reino
al decir que no volverá a comer y a beber hasta que venga en su Reino. Esto lo dicen los tres
sinópticos: San Lucas 22, 16: “Porque os digo que Yo no volveré a comer hasta que ella tenga
plena su plena realización en el reino de Dios”; San Lucas 22, 30: “Para que comáis y bebáis a mi
mesa en mi reino”; San Mateo 26, 29: “Os digo: desde ahora no beberé de este fruto de la vid hasta
el día aquel en que lo beba con vosotros, nuevo, en el reino de mi Padre”; y San Marcos 14, 25:
“En verdad os digo, que no beberé ya del fruto de la vid hasta el día aquel en que lo beberé nuevo
en el reino de Dios”. Y así pedimos en el Padre Nuestro: venga tu reino (adveniat regnum tuum),
sin percatarnos de su significado.
Algunos pueden objetar que en estos textos, al hablar de Reino de Dios, se trata del cielo, pero
es absurdo pues en el cielo no se come ni se bebe, sino que es en esta tierra donde se da la
comida y la bebida. Aunque por ahí algún despistado andará pensando que en el cielo se cultiva
trigo para hacer pan y se plantan vides para hacer vino. Aunque esto pareciera una burla o, en
el mejor de los casos, una ironía, sin embargo, cobra realidad en todos aquellos que,
lamentablemente son la mayoría, piensan que se trata única y exclusivamente del Reino de Dios
en los cielos.
También Nuestro Señor ante el Sanhedrín, interrogado por su divinidad, no solo la confirma,
sino que, además, como señal y prueba de ella, señala su Parusía: “Díjole, pues, el sumo
sacerdote: ‘Yo te conjuro por el Dios vivo a que digas si Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios’. Jesús le
respondió: ‘Tú lo has dicho. Y Yo os digo: desde ese momento veréis al Hijo del hombre sentado a
la diestra del Poder y viniendo sobre las nubes del cielo’” (Mateo 26, 63-64); y luego, ante Pilato,
manifiesta su realeza, pues a la pregunta de si era rey, responde afirmativamente: “Díjole, pues
Pilato: ‘¿Conque Tú eres rey?’ Contestó Jesús: ‘Tú lo dices: Yo soy rey. Yo para esto nací y para
esto vine al mundo’” (Juan 18, 37).
A pesar de haber dicho que su reino no es de aquí: “Replicó Jesús: ‘Mi reino no es de este mundo.
Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores combatirían a fin de que Yo fuese entregado a los
judíos. Mas ahora mi reino no es de aquí’” (Juan 18, 36); pues no se percatan que en realidad no
dijo, como erradamente se piensa, que su reino no es en esta tierra porque dice claramente, “mas
ahora”, “por ahora” o “todavía” (nunc autem), mi reino no es de aquí. Los comentadores, en su
gran mayoría, se olvidan de esto pasando de largo olímpica y tranquilamente y, peor aun, en las
traducciones de la vulgata a las lenguas vernáculas como en español, no traducen, se comen, se
tragan el “nunc autem”.
La prueba irrefutable de que se trata del reino aquí en la tierra y no en el puro cielo, la tenemos,
además, en lo que dicen los tres sinópticos: S. Lucas 9, 26; S. Marcos 8, 38 y S. Mateo 16, 27,
pues Nuestro Señor está hablando de cuando venga del cielo a la tierra en la gloria de su Padre:
“Quien haya, pues, tenido vergüenza de Mí y de mis palabras, el Hijo del hombre tendrá vergüenza
de él, cuando venga en su gloria, y en la del Padre y de los santos ángeles” (Lucas 9, 26); “porque
quien se avergonzare de Mí y de mis palabras delante de esta raza adúltera y pecadora, el Hijo
del hombre también se avergonzará de él cuando vuelva en la gloria de su Padre” (Marcos 8, 38);
“porque el Hijo del hombre a de venir, en la gloria de su Padre” (Mateo 16, 27), (inmediatamente
viene la transfiguración); es así que comerá y beberá en su reino aquí en la tierra cuando vuelva,
tal como precisa S. Lucas: “para que comáis y bebáis a mi mesa, en mi reino” (Lucas 22, 30).
Esto fue lo que vieron en la visión anticipada y profética el día de la Transfiguración, por eso S.
Pedro da testimonio de ello al decir: “Porque no os hemos dado a conocer el poder y la Parusía de
Nuestro Señor Jesucristo según fabulas inventadas, sino como testigos oculares que fuimos de su
majestad. Pues Él recibió de Dios Padre honor y gloria cuando de la Gloria majestuosísima le fue
enviada a aquella voz: ‘Este es mi Hijo amado en quien Yo me complazco’; y esta voz enviada del
cielo la oímos nosotros, estando con Él en el monte santo”. (II Ped. 1, 16-18).
S. Juan también dice en su evangelio, que leemos en el último evangelio de cada misa, que vio
la gloría de Dios (Juan 1, 14) y es esta gloria a la que se refriere pues nadie en esta tierra puede
decir, ni en vida, que ha visto verdaderamente la gloria de Dios.
Como contra prueba, Nuestro Señor agrega que algunos no verán la muerte sin ver antes su
Parusía: “Os digo, en verdad, algunos de los que están aquí, no gustarán la muerte sin que hayan
visto antes el reino de Dios” (Lucas 9, 27); “Y les dijo: ‘En verdad, os digo, entre los que están aquí,
algunos no gustarán la muerte sin que hayan visto el reino de Dios venido con poder’” (Marcos 9,
1); “En verdad, os digo, algunos de los que están aquí no gustarán la muerte sin que hayan visto
al Hijo del hombre viniendo en su Reino” (Mateo 16, 28); la cual vieron en la Transfiguración los
tres apóstoles privilegiados que subieron con Él al monte santo y oyeron las palabras del Padre
Eterno: “Este es mi Hijo, el Amado, en quien me complazco”. Como vemos, S. Mateo precisa
“viniendo en su reino”; luego queda claro que no es el reino en cielo.
Cuando S. Marcos en 9,1 dice que no morirían sin antes ver el reino de Dios venido en poder, es
evidente que se está refiriendo a la Segunda Venida de Nuestro Señor, la Parusía, viniendo por
segunda vez a la tierra no como en la primera venida, en estado de anonadación y humildad,
sino con el poder de toda su divina gloria y majestad como Rey de cielos y tierra en cuanto
hombre, es decir, Verbo Encarnado; y por lo mismo, Rey y Juez de todo el universo.
S. Lucas dice, reino de Dios; S. Marcos, reino de Dios venido con poder, y S. Mateo dice, mas
claramente, el Hijo del Hombre viniendo en su reino. Queda más que claro y evidente, en estos
textos, que el reino de Dios es el reino de Cristo, Hijo del Hombre, es decir, Verbo Encarnado
viniendo en su reino o a su reino terrestre el día de su Parusía, tan terrestre o terrícola como lo
fue la misma encarnación en Belén, donde se produjo, y no en el cielo o en algún otro planeta.
Estas cosas no las han visto los exégetas y teólogos no solo por descuido o ignorancia, sino por
una sistemática oposición a todo lo que huela a milenarismo olvidándose que la doctrina común
en los primeros cuatro o cinco siglos de la Iglesia era el milenarismo patrístico; pues como
advierte el P. Castellani, hay dos posiciones antagónicas que luchan en combate, y así dice: “Pero
milenarismo y antimilenarismo representan en la realidad histórica hodierna dos espíritus, dos
modos de leer la Escritura, y de ver en consecuencia la Iglesia y el Mundo. De ahí la lucha”. (Los
Papeles de Benjamín Benavides, Biblioteca Dictio, Bs. As. 1953, p. 412).
Por eso, el P. Castellani enfatiza haciendo ver que el milenarismo patrístico aplasta ese ideal de
un triunfo terreno por mano del hombre y que nutre al progresismo vergonzante de nuestra época
como lo señalaba el P. Julio Meinvielle, y por eso el P. Castellani dice: “Esta luz cruda deshace y
evacúa la eterna ilusión babélica de construir una torre que llegue al cielo, de puro ladrillo y barro;
de recobrar y reconstruir el antiguo Edén con solas fuerzas humanas; de llevar a su consumación
el Reino de Dios por medios políticos; de que este mundo durará muchísimo y siempre en continuo
progreso. Esos son los principales ensueños del mundo moderno y han sido siempre la mas
profunda y tenaz tentación del hombre, hoy día campante y dominante por doquier fuera de la
Iglesia. Contra ellos se levanta del Apokalypsis la austera visión del Milenarismo”. (Los Papeles de
Benjamín Benavides, Biblioteca Dictio, Bs. As. 1953, p. 65).
Y aquellos que se creen muy católicos impugnando el Milenarismo Patrístico, no se dan cuenta
que no son mas que ignorantes judaizantes que caen en el mismo error al esperar el triunfo
humano de la Iglesia, como dice el P. Castellani: “Es el mismo sueño carnal de los judíos, que los
hizo engañarse respecto a Cristo. Estos son milenistas al revés. Niegan acérrimamente el Milenio
metahistórico después de la Parusía, que está en la Escritura; y ponen un Milenio que no esta en
la Escritura, por obra de las solas fuerzas históricas o sea una solución infrahistórica de la Historia;
lo mismo que los impíos ‘progresistas’, como Condorcet, Augusto Comte y Kant; lo cual equivale a
negara la intervención sobrenatural de Dios en la Historia; y en el fondo, la misma inspiración
divina de la Sagrada Escritura”. (El Apokalypsis, Ed. Paulinas, Bs. As. 1962, p. 367). Y remata
unas líneas después: “El Apokalypsis es el único antídoto actual contra esos ‘pseudoprofetas’”.
(Ibídem, p. 367). Y un párrafo mas abajo, expresa: “El que ‘deja allí’ el Apokalypsis canónico, cae
en los Apokalypsis falsos”. (Ibídem, p. 367).
Por eso dice, refriéndose a estos pseudo profetas que caen en un milenarismo falso y malo: “Pero
de un milenarismo malo, que espera el Reino de Cristo en la tierra antes de la Venida de Cristo, y
obtenido por medios temporales, y consistente en un esplendor de la Iglesia también temporal”.
(Los Papeles de Benjamín Benavides, Biblioteca Dictio, Bs. As. 1953, p. 287)
Y refiriéndose a todos aquellos que tildan al Milenarismo Patrístico como judaizante, manifiesta:
“En fin, los milenistas son ‘judaizantes’ pero ¿qué cosa mas judaizante que esperar un gran triunfo
terreno de la Iglesia antes de la Segunda Venida de Cristo? El actual socialismo comunista, por
ejemplo, es netamente milenista carnal (y ateo), es decir, ‘judaizante’”. (El Apokalypsis, Ed.
Paulinas, Bs. As. 1962, p. 87).
En definitiva, el P. Castellani dice que no basta creer en Cristo para ser católico, pues: “Eso de
llamar Dios a Cristo no distingue hoy mas a los cristianos de los herejes: estos hoy día no tienen
reparo en hacerlo pero han enturbiado el nombre; han gastado el cuño de la moneda. Lo que
distingue a los verdaderos cristianos es que esperan la Segunda Venida”. (Los Papeles del
Benjamín Benavides, Biblioteca Dictio, Bs. As. 1953, p. 426).
El que no lo crea, lo niegue o, simplemente, dude, no es católico sino un solapado hereje. Blanco
sobre negro pues, como dice Nuestro Señor: “Sí, sí; No, no. Todo lo que excede a esto, viene del
Maligno” (Mateo 5, 37); y, además, “la verdad os hará libres” (Juan 8, 31).
P. Basilio Méramo
Bogotá, 11 de agosto de 2022
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