Hay cosas que, cuando uno se entera, aunque
con retraso, por no haberlo sabido en su momento cuando se escribieron, no se
pueden seguir ignorando sin dar una respuesta; no tanto para defenderse
personalmente (cosa que se puede sufrir con paciencia y resignación), sino para
que la realidad, la verdad, sea manifiesta y conocida por su luz propia y no se
confundan ni las cosas, ni los fieles.
Al ser confrontado directamente por el P.
Altamira, sin tener ni consideración ni recato ante quien se enfrenta, sea por
su saber y experiencia mayor que la de él mismo, sea por la edad (el diablo
sabe más por viejo que por diablo, como dice el viejo refrán), ya sea por la
trayectoria, las capacidades inherentes a cada persona, que, como los talentos
de la parábola, no se reparten igualitariamente; además del esfuerzo de
investigación y estudio calmo y reposado en la consideración de la verdad y
realidad contemplada, para después realizar la gran divisa de Santo Tomás contemplata aliis tradere, esto es,
contempla la verdad y después transmítela a los demás, como una obra de amor a
Dios (Verdad Suma y Primera) y con su reciprocidad del bonum est diffusivum sui (el bien es comunicativo por sí mismo),
redunde en el prójimo como obra de amor hacia él.
Sólo como un acto de caridad, se puede
enseñar y educar para poder, por el conocimiento de la verdad, real y
verdaderamente hacerla amar, dándola a conocer a los demás y en especial al que
yerra y que con su error conculca la verdad, pretendiendo, en su nombre, suplantarla
con su idea ilusoria.
Afirmar sin más, diciendo como lo hace el
P. Altamira: “El Padre Basilio está equivocado, y él no cesa, ni –creemos– cesará, de
hacer un daño gigantesco, daño en general, daño a mí mismo, y mucho más daño
aun es el que hace al Padre Pío, y lo hace ‘gratis’, porque no tiene razón”,
dada la gravedad del tema, no se puede dejar pasar. Ya sea para no ensanchar la
brecha que nos distancie más estando tan cerca, físicamente hablando; pues no
es lo mismo una discusión de lejos, que cuando se está tan próximo, puesto que
los ánimos se agrían y se podría caer en lo subjetivo y personal, olvidando lo
objetivo y real, perdiéndose la objetividad; y la controversia se vuelve riña
personal y no de principios y verdades, todo lo cual se ve favorecido por la
misma proximidad.
Cómo es posible no haber tenido en cuenta,
al hablar del gran daño, el considerar el bien común que se procura al estar
dos sacerdotes unidos, apoyándose mutuamente en el combate y afianzando a los
fieles, habiendo salido de la Fraternidad San Pío X por su claudicación ante la
Roma Pagana y Modernista, en busca de un espurio y pérfido acuerdo para
conseguir una certificación como respaldo ante el mundo de su catolicismo; siendo
que lo más lógico e importante es permanecer sacerdotalmente unidos en el mismo
glorioso y triunfal combate, el último que tendrán los justos que enfrentar en
medio de la Gran Tribulación, que, como dice Santo Tomás, es una perversión
doctrinal. Así, esta unión que redunda en el bien de los fieles por la unidad
en la verdad, está por encima de cualquier otra cosa, incluso por encima de una
nueva vocación sacerdotal realizada dudosa y temerariamente en contra del
sentido común y el de la misma Iglesia, que en materia sacramental es tuciorista
(ir siempre a los más seguro, seguir el camino cierto y sin lugar a dudas), en
los sacramentos.
Las consagraciones y ordenaciones que
vienen por vía de Mons. Ngo Dinh Thuc son objetivamente inciertas, en cuanto a
su validez; y por lo mismo son positivamente dudosas y no sólo negativamente
dudosas como quiere y pretende con su razonamiento díscolo, el P. Altamira.
Digo díscolo, sin ofender la persona, pues
me refiero a la lógica interna del pensar y razonar, pues no advierte lo
desencajado que es el afirmar que no hay duda positiva, del mismo modo que no la
hay con las realizadas por Mons. Lefebvre, quien fue ciertamente ordenado
sacerdote y posteriormente consagrado obispo por el Cardenal Achille Lienart,
de quien no hay duda que fue un masón, pero que no hay duda de que puede
hacerlo.
De un masón no hay duda que pueda realizar
un sacramento válidamente, si cumple con el rito, es decir con los requisitos
que la Iglesia impone sobre los sacramentos. Pero un inhábil mental, no tiene
tal capacidad; su caso no se puede comparar con el de un masón que sí la tiene,
pues en sí mismo no tiene la capacidad mental como no la tiene para realizar un
pecado mortal.
Si hay duda sobre el estado mental, y no se
pueda tener certeza, pero dada la conducta de Mons. Thuc que deja mucho que
decir y desear por los hechos puntuales y concretos, esta duda es objetiva
positiva y no son meras suposiciones, elucubraciones, posibilidades o hipótesis.
Tampoco se puede igualar o equiparar el
caso de un masón, que sí puede consagrar, y el de un loco que no puede
consagrar. Tenemos el caso en época de San Pío X del Cardenal Rampolla, que fue
electo Papa en el cónclave y vetado por el Archiduque de Austria y en su
defecto fue electo San Pío X y éste, al descubrir después de muerto que era un
masón, no cuestionó ninguno de los sacramentos que realizó. Esto basta para que
quede claro que no son casos comparables ni equiparables, y que la duda no es
la misma, como un masón, ciertamente masón puede consagrar; un loco,
ciertamente loco, no puede consagrar. Y, si se duda si está loco o no está
loco, hay una duda positiva sobre la validez del sacramento realizado, por no
saberse si realmente estaba o no estaba loco, pero no hay duda de que un loco
no puede válidamente conferir un sacramento; sobre eso no hay duda.
No ver la diferencia, tal como lo hace el
P. Altamira, denota incongruencia mental, al querer comparar las dos cosas, que
no son comparables: un loco es un inhábil mental, un masón no es un inhábil
para consagrar.
Quede claro el planteo que el P. Altamira
no quiere aceptar; no hay duda de que un loco no puede consagrar, tampoco hay
duda de que el Card. Achille Liénart, que fue masón, sí podía consagrar. No hay
duda de que un masón puede consagrar; otra cosa es que no quiera hacerlo como
es el caso de cualquier obispo que siendo capaz de consagrar, no quiera. Una
cosa es no poder por incapacidad y otra cosa es no querer por voluntad,
pudiendo hacerlo. De lo que sí hay duda es del estado mental de Mons. Ngo Dinh
Thuc, si estaba o no en su sano juicio; luego, hay duda acerca de si pudo
consagrar o no y, ante la duda, no queda más que abstenerse.
Todos los thucistas que ponen en duda la
ordenación sacerdotal de Mons, Lefebvre, o que la niegan, mientras que aceptan
la consagración episcopal del P. Morello, no se dan cuenta de su crasa postura,
pues reconocen la ordenación sacerdotal del P. Morello por Mons, Lefebvre, a
menos que caigan en el error del mismo P. Morello al decir que el episcopado
suple la ordenación sacerdotal y este error lo señaló Santo Tomás al decir: “La potestad episcopal depende de la
sacerdotal, porque nadie puede recibir la potestad episcopal, si primero no
tiene la sacerdotal”. (Suma Teológica, Suplemento q.40, a. 5 sed contra).
Tenemos además que las posiciones del P.
Morello y el P. Altamira, paradójicamente, son contradictorias, pues téngase en
cuenta que según el P. Morello, el episcopado suple un defecto de ordenación
sacerdotal, ya que al admitir la duda de su ordenación recibida de manos de
Mons. Lefebvre y éste de un masón, como lo fue el Cardenal Lienart, al ser
ahora obispo, no habría duda de su ordenación, que es suplida por el
episcopado; mientras que el P. Altamira toma la fuerza de su argumentación para
sustentar la validez de las ordenaciones hechas por un presunto inhábil mental
como Mons. Thuc, equiparándolas a las de un masón que sí son válidas. Así pues,
el P. Altamira, inversamente al P. Morello, pretende excluir la duda de un
inhábil mental, arguyendo que no hay duda en la realizada por un masón.
Al P. Altamira, se le desencaja el rostro cuando
se le dice que un masón puede consagrar, porque en el fondo para él, un masón
no puede hacerlo, pero como se aceptan las ordenaciones y consagraciones de
Mons, Lefebvre, entonces hay que aceptar las de Mons, Thuc. Por eso recurre
desesperadamente al argumento de que así como se acepta la ordenación y
consagración de Mons, Lefebvre, hecha por un masón, entonces del mismo modo se
deben aceptar las realizadas por uno que pudiera ser loco, llegando a
manifestar que negar la validez de las consagraciones de Mons. Ngo Dinh Thuc
por inhabilidad mental, habría que decir entonces que él mismo no sería
sacerdote al haber sido ordenado por Mons. Lefebvre por haber sido ordenado
sacerdote por un masón. Por esto es que recurre al artificio que equipara las
dos cosas con el fin de obligar a aceptar las consagraciones de Ngo Dinh Thuc,
tanto como se aceptan las de Mons. Lefebvre, o si no de lo contrario, habría
que negarlas ambas.
Quede claro que un obispo masón
(válidamente ordenado y consagrado) es apto para conferir las ordenaciones
sacerdotales y las consagraciones episcopales, mientras que un obispo loco, o
inhábil mental no lo es, es un inapto.
Hay hechos ciertos que llevaron a
plantearse sobre la cordura de Mons. Ngo Dinh Thuc y si estaba lúcido
mentalmente o no. Los mismos que hoy defienden la validez de sus ordenaciones
cuestionaron su estado mental en su momento, aunque después por conveniencia
cambiaron su parecer al respecto.
El P. Barbará resumió así la cuestión
respecto de Mons. Thuc: “La recaída en la
profanación del sacramento del Orden (la última consagración conferida en una
secta fue el 24 de septiembre de 1982 y la falta de firmeza en su promesa de no
caer otra vez, permiten hacer una pregunta esencial: ¿Este hombre de 85 años de
edad, estaba en posesión de sus facultades? ¿Se daba cuenta de lo que hacía al
imponer tan fácilmente las manos a cualquiera? ¿Era verdaderamente responsable
de sus actos? Sólo hay tres respuestas posibles a esta cuestión. 1). No, Thuc
no estaba en posición de todas sus facultades y no incurrió en las penas
previstas por la ley, pero entonces las consagraciones conferidas no son
válidas, dado que el consagrante no estaba poseído de sus facultades para la
realización de un acto responsable. 2). Sí, el consagrante de estas
consagraciones estaba en completa posesión de su facultad. Las consagraciones
son válidas pero el consagrante y el consagrado han incurrido en todas las penas
previstas por la ley y Thuc, es verdaderamente un obispo escandaloso. 3). No lo
sabemos con certeza, tal vez estaba en posesión de sus facultades, quizás no.
Esto dejaría una duda en el aire sobre las censuras incurridas, pero también
sobre la validez de todas sus ordenaciones”.
Para el P. Sanborn, también había una duda
sobre la lucidez mental de Mons. Ngo Dinh Thuc, llegando a decirles a los
sacerdotes de la Sociedad San Pío V, que un sacerdote Vietnamita dijo que “Mons. Thuc entraba y salía de su estado de
lucidez”. Así mismo, el P. Sanborn dijo
que no se podía probar la validez
de la consagración de Gérard de Lauriers en el fuero externo, incluso, que si
pudiéramos probar la validez, no quisiéramos tener nada que ver con los obispos
thucistas porque eran muy sórdidos. Claro que esto lo dijo cuando todavía el P.
Dolan no había sido consagrado obispo por Pivarunas, en 1993 que venía de la
secta de Spokane.
El P. Cekada a su vez manifestó que era
obvio cuán profundamente lo había afectado el triste giro de los
acontecimientos, por la muerte trágica de sus hermanos Ngo Dinh Diem presidente
de Vietnam del sur y de Ngo Dinh Nhu, quienes fueron asesinados el 2 de noviembre
de 1963. El P. Cekada también señaló que Mons. Lefebvre, quien conocía a Mons.
Thuc, observó que nunca se había recuperado de la muerte de sus hermanos.
El mismo P, Cekada, se burlaba de lo
realizado por Mons, Thuc en el Palmar de Troya supuestamente a pedido de la
Virgen, y avalado por la bilocación de Pablo VI, y confirmado por los estigmas
recibidos por Clemente Domínguez, del P. Pío, así: “Cualquier otro se hubiera reído a carcajadas rechazando esa propuesta
como un absurdo, Mons. Thuc, mostró
una colosal falta de sentido común y aceptó”; y, cuando Mons. Thuc justificaba
las consagraciones realizadas en el Palmar de Troya el 13 de enero de 1976
diciendo que: “Hemos vuelto a los tiempos
apostólicos en que los Primeros Apóstoles se dedicaban a predicar y ordenar sin
remitirse al primer Papa”, señala el P. Cekada expresando con ironía: “es posible que él se haya olvidado de la
milagrosa bilocación de Pablo VI”; y podríamos agregar nosotros, y de la petición
de la Virgen, así como de los estigmas recibidos por Clemente Domínguez.
Estos testimonios de por sí son
irrefutables y no se los puede mandar al canasto de la basura, ni cambiar de
parecer, pues los hechos están; son hechos y contra ellos no hay argumentos.
Sin embargo para que los fieles tengan
datos que por sí mismos dan luz, vamos a enumerar brevemente algunos de los
actos de Mons, Ngo Dinh Thuc:
1.
Como ya hemos visto, ordena y
consagra a los del Palmar de Troya, a pedido de la Virgen, y avalado por la
bilocación de Pablo VI y por los estigmas que recibió Clemente Domínguez.
2.
Siendo excomulgado el 17 de
septiembre de 1976, se retracta y pide perdón (al que según él, era el sosías)
y el 7 de octubre del mismo año 1976 en el Osservatore Romano, edición inglesa,
se publica dicha retractación y perdón.
3.
Entre tanto ya había
consagrado al hereje apóstata Compte de Labat d’Arnoux el 10 de julio de 1976.
Esto de apóstata lo dice el P. Barbará, al afirmar que: “Era sólo uno de los muchos de los apóstatas de la Iglesia Católica que
se convirtieron en obispos thucistas”.
4.
Consagra a un vetero-católico
de la pequeña Iglesia de Toulouse, Laborie, el 8 de febrero de 1977, unos cinco
meses después de haber pedido perdón a Roma por las anteriores consagraciones.
Sobre el mismo, el P. Cekada decía que: “El
arzobispo Thuc elevó al episcopado por enésima vez a Jean Laborie, jefe de una
secta cismática de los viejo-católicos, de la Iglesia Latina de Toulouse”.
Por si fuera poco agrega: “también ordenó
a otro viejo-católico de Marsella llamado García”.
5.
Consagra a Roger Kozik y Michel
Fernández en 1981, habiendo sido ya consagrados en el Palmar de Troya en 1979.
Podríamos pensar que hasta Mons, Ngo Dinh Thuc, dudaba de las consagraciones
del Palmar de Troya, siendo que él fue su artífice consagrante. ¡Esto parece de
locos! Sobre estos dos personajes el P. Barbará alertaba a los fieles a cerca
la secta iniciada por ellos, advirtiendo: “Roger
Kozik y Michel Fernández deben de ser
considerados como lo que todavía son, es decir, apóstatas de la Iglesia
Católica”.
Estos dos, Kozik y
Fernández fueron ordenados tres veces sacerdotes, primero por Jean Laborie,
después por André Enos, obispo viejo-católico y finalmente fueron ordenados por
un obispo thucista del Palmar, para ser rematados, es decir consagrados obispos
por Mons, Thuc. ¡Qué cordura, qué lucidez! Si esto no es una confusión, ¿qué
parece? una merienda de locos.
6.
El Jueves Santo de 1981,
Mons. Thuc, concelebró la Nueva Misa con el obispo Barthe de Toulon en Francia,
luego al ser cuestionado por este hecho, se excusa del siguiente modo que el P.
Cekada refiere: “Él dijo que eso fue
porque ese día no podía celebrar solo…Sucede que fue una falsa concelebración,
porque él dijo que no comulgó. Porque cuando el padre no comulga, no hay Misa”.
Además de la tan disparatada respuesta en boca de un obispo, por su errónea
concepción sobre la validez de la Misa, Mons, Thuc con su excusa demuestra que
es capaz de realizar un rito sacramental inválido, o sea, el remedio peor que
la enfermedad.
7.
Tres semanas más tarde, consagra
a Gérard des Lauriers el 7 de mayo de 1981 y a Carmona y Zamora el 17 de
octubre del mismo año.
8.
Mons. Thuc después de haber
consagrado a los padres Gerard des Lauriers, Carmona y Zamora, servía de
asistente y acólito a la Misa Nueva hasta principios de 1982, como lo afirma el
P. Barbará: “Con la autorización del
obispo conciliar de Toulon, Mons.Thuc tenía un confesionario que se le había
asignado en la catedral del obispo conciliar y hasta comienzos de 1982, Mons. Thuc
ayudaba diariamente en la Nueva Misa celebrada en esa misma catedral. Luego, en
febrero de 1982, exactamente 7 meses antes de consagrar al obispo viejo-católico
Christian Datessen, declaró que la Nueva Misa era inválida y que la Sede de
Roma estaba Vacante”. Dicha declaración fue el 25 de febrero de 1982.
9.
Consagra a Christian Marie Datessen,
viejo-católico, el 25 de septiembre de 1982 y que había sido consagrado antes por
Enos, el 10 de septiembre de 1981. De este Datessen viene Squetino, que es un
obispillo con ínfulas de cardenal por su conclavismo cismático, pues no son los
fieles y el clero tradicionalista los que eligen al Papa, sino el clero de
Roma, es decir, los sacerdotes párrocos de la ciudad de Roma que eligen a su
Obispo, y bajo este título es que los cardenales eligen al Papa como párrocos
de Roma.
A su vez, Datessen
consagra obispo a Enos poco después. Este Enos era un sacerdote católico que en
1950 apostató de la Iglesia y se convirtió en obispo de una secta conocida como
Santa Iglesia Viejo-católica, fundada por Charles Brearley, quien era casado,
su secta era una renovación de la Iglesia Evangélica Viejo-católica. Este Brearley
deseaba renovar ese cuerpo, pero sobre moldes nuevos, estableciendo así un
instituto Ecuménico Nueva Era.
Hay muchos otros casos más
del desastroso proceder errático de Mons. Ngo Dinh Thuc, pero que no lo vamos a
mencionar para no seguir alargando la lista.
Es lamentable que después
de todo esto, el P. Altamira siga insistiendo, engañándose a sí mismo y a los
fieles, diciendo que son “cosas malas”, como
las podría hacer cualquier mortal, diluyendo así su gravedad que raya en la
locura o si no en su defecto en el cisma puro y duro por la comunicatio in sacris .
Así pues, en el mejor de
los casos, Mons. Thuc, de no estar afectado en su lucidez mental, sus
consagraciones serían válidas, pero tan cismáticas como la de los Ortodoxos,
por haber consagrado a tantos cismáticos y herejes como los viejos-católicos; y
si no estaba lúcido, no era responsable de sus actos y no es cismático, pero
las consagraciones serían inválidas, tal como el mismo P. Barbara planteaba en
un principio antes de cambiar por conveniencia al verse en un callejón sin
salida.
Pero como no podemos a
ciencia cierta saber si fue lo uno o lo otro, y no se puede determinar su
lucidez mental, queda la duda de si estaba o no lúcido y por lo mismo habría
duda de la validez, pero aquí es donde el P, Altamira fuerza las cosas y
pretende equiparar el caso de un loco al de un masón, cuando no son
equiparables, porque no hay duda de que un loco no puede consagrar, como
tampoco hay duda de que un masón sí puede consagrar, y por eso ante la duda,
abstención tuciorista se impone y
esto sólo basta.
Hay que decir además, en
contra de la falsa idea fraguada por los intereses thucistas, que Mons. Thuc
fue un gran baluarte de la fe y de la tradición, esto está en plena contradicción
con su proceder y postura en el Concilio Vaticano II, donde se manifestaba por
la pluralidad de cultos y la apertura de espacios a la mujer para las funciones
litúrgicas. Su misma concelebración en la Nueva Misa con el obispo de Toulon un
Jueves Santo, y la asistencia diaria como acólito en la Nueva Misa bajo la protección
de un obispo modernista como el de Toulon, bajo el cual se cobijaba. En
realidad le daba lo mismo, por la misma ambivalencia de su mentalidad oriental
y antirromana. Querer enaltecer la imagen de Mons. Thuc es estar obsesionado
por la irrealidad, y peor aún cuando quiere pisotear la imagen del verdadero
paladín de la Tradición, Mons. Lefebvre, quien junto con Mons. De Castro Mayer
han sido traicionados por su mismos discípulos.
En conclusión y la verdad,
aunque duela, es el P. Altamira mismo el que ha hecho a los fieles y se ha
hecho a sí mismo un gigantesco daño y el que lo ha causado al mismo Pío; y todo
por seguir su precipitado parecer sin oír consejo, y como ya es sabido, quien no
oye consejos, no llega a viejo.
No olvidemos tampoco, como
al P. Altamira en tan poco tiempo, pasó de la posición antisedevacantista, a la
sedevacantista thucista, que es lo propio del actuar de aquellas personas que
más que por principios y verdades obran por condicionamiento según el interés y
el fluir de los acontecimientos.
P. Basilio Méramo.
Bogotá, 25 de enero de 2019