miércoles, 17 de agosto de 2016

Reordenaciones Sub Conditione. Monseñor Lefebvre.

REORDENACIONES SUB CONDITIONE MONS. LEFEBVRE
Lo que la Neofraternidad ni hace ni tiene en cuenta. Y Monseñor de Galarreta desde hace tiempo descartaba de plano.

Dicen ser fieles discípulos de Monseñor Lefebvre, sin embargo piensan y hacen lo contrario.

Publicamos el original en inglés y la traducción de la carta de Monseñor Lefebvre, respecto de que hay que reordenar bajo condición y por si fuera poco, que estamos en el tiempo de la Gran Apostasía, luego, tiempos eminentemente apocalípticos, lo cual estrictamente niegan y rechazan.

                                                                        P.Basilio Méramo
                                                                        Bogotá, 16 de Agosto de 2016


S.E. MONSEÑOR MARCEL LEFEBVRE.                 +Ecône, 28 de Octubre de 1988

Muy querido E. Q. Wilson

Muchas gracias por su amable carta. Estoy de acuerdo con su deseo de reordenar condicionalmente a estos sacerdotes y yo he hecho esta reordenación muchas veces.

Todos los sacramentos de los obispos o sacerdotes modernistas son dudosos ahora, los cambios están aumentando y sus intenciones no son más católicas.


Estamos en el tiempo de la Gran Apostasía.

sábado, 18 de junio de 2016

LA GRAN ESPERANZA DE LOS PAPAS

El Papa Pío IX al proclamar la Inmaculada Concepción en su Encíclica Ineffabilis Deus del 8 de Diciembre de 1854, lo hizo con la siguiente esperanza: “Mas sentimos firmísima esperanza y confianza absoluta de que la misma santísima Virgen, que toda hermosa e inmaculada trituró la venenosa cabeza de la cruelísima serpiente, y trajo la salud al mundo, (…) destruyó siempre todas las herejías, (…) hará con su valiosísimo patrocinio que la santa Madre católica Iglesia, removidas todas las dificultades, y vencidos todos los errores, en todos los pueblos, en todas partes tenga vida más floreciente y vigorosa y reine de mar a mar y del río hasta los términos de la tierra, y disfrute de toda paz, tranquilidad y libertad, (…) y dejada la oscuridad de la mente, vuelvan al camino de la verdad y de la justicia los desviados y se forme un solo redil y un solo pastor”. 

En vista de esto, Pío IX declaró como augurio de esa esperanza el dogma de la Inmaculada Concepción como deja claro en la misma encíclica: “…declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y, de consiguiente, que deba ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano”.

San Pío X a su vez, nos da la clave con su Encíclica Ad diem illum laetissimum del 2 de Febrero de 1904 al referirse a las esperanzas de su predecesor Pío IX con ocasión del 50° aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, dice: “El paso del tiempo, en el transcurso de unos meses, nos ¡llevará a aquel día venturosísimo en el que, hace 50 años, Nuestro antecesor Pío IX, (…) proclamó y promulgó como cosa revelada por Dios, que la bienaventurada Virgen María estuvo inmune de toda mancha de pecado original desde el primer instante de su concepción”. 

Para más adelante manifestar el motivo: “Además tenemos que decir que este deseo Nuestro surge sobre todo de que, por una especie de moción oculta, Nos parece apreciar que están a punto de cumplirse aquellas esperanzas que impulsaron prudentemente a Nuestro antecesor Pío y a todos los obispos del mundo a proclamar solemnemente la concepción inmaculada de la Madre de Dios. No son pocos los que se quejan de que hasta el día de hoy esas esperanzas no se han colmado (…) ¿cómo no vamos a tener la esperanza de que nuestra salvación está más cerca que cuando creímos?; quizá más, porque por experiencia sabemos que es propio de la divina Providencia no distanciar demasiado los males peores de la liberación de los mismos. Está a punto de llegar su hora, y sus días no se han de esperar”.

Queda claro por estas palabras de san Pío X aludiendo a Pío IX, que esa esperanza que no ha de tardar, es la realización de la gran promesa de ver el día en que haya un solo rebaño bajo un solo pastor.

No hay que olvidar que San Pío X tenía una visión apocalíptica de su tiempo que se ve reflejada en su primera Encíclica E supremi apostolatus del 4 de Octubre de 1903, al extremo de predecir señalando el advenimiento del Anticristo (el hijo de perdición) como algo presente al decir: “Es indudable que quien considere todo esto tendrá que admitir de plano que ésta perversión de las almas muestra, como el prólogo de los males que debemos esperar en el fin de los tiempos; o incluso pensará que hay habita en el mundo el hijo de perdición de quien habla el Apóstol”. 

San Pío X ya había señalado, como lo hace ver Jérome Dal-Gal en su biografía: “Estos olvidan el mandato del Apóstol: ‘…te ordeno observar este mandamiento (la doctrina que había enseñado) inmaculado, intacto hasta la venida de Nuestro Señor Jesucristo’. Cuando esta doctrina no pueda ya guardarse incorruptible y que el imperio de la verdad no sea ya posible en este mundo, entonces el Hijo de Dios aparecerá una segunda vez. Pero hasta ese último día nosotros debemos mantener intacto el depósito sagrado y repetir la gloriosa declaración de San Hilario ‘más vale morir en este siglo que corromper la castidad de la verdad’ ”. (Pie X, 1953, p.107-108).

Evidentemente sin querer o queriendo san Pío X nos revela aquí cual es el obstáculo (katéjon) que impide la aparición del Anticristo, y después tenga lugar la Parusía de Nuestro Señor, a la cual se refiere.

Y si se mira bien, el imperio de la verdad mantenido por la Iglesia compendia, resume y sintetiza todas las aproximaciones que sobre el obscuro obstáculo se han hecho. Evidentemente a partir del Pseudoconcilio Vaticano II (conciliábulo para ser jurídica y teológicamente más exactos), la Iglesia por un misterio de iniquidad que jamás se ha visto ni se verá, ha dejado de mantener la pureza y virginidad de la verdad inmaculada para volverse hacia el error y las tinieblas.

El Papa Pío XI ya decía al instituir la fiesta de Cristo Rey con la encíclica Quas Primas del 11 de diciembre de 1925: “En la primera encíclica que al comenzar nuestro Pontificado enviamos a todos los obispos del orbe católico, analizábamos las causas supremas de las calamidades que veíamos abrumar y afligir al género humano. Y en ella proclamamos Nos plenamente no solo que este cúmulo de males había invadido la tierra, porque la mayoría de los hombres se habían alejado de Jesucristo y de su ley santísima, así en su vida y costumbres, como en la familia y en la gobernación del Estado, sino también que nunca resplandecerá una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones negasen y rechacen el imperio de nuestro Salvador. Por lo cual no sólo exhortamos entonces a buscar la paz de Cristo, sino que, además, prometimos que para dicho fin haríamos todo cuanto posible nos fuese. En el Reino de Cristo, dijimos: pues estábamos persuadidos que no hay medio más eficaz para restablecer y vigorizar la paz, que procurar la restauración del reinado de Jesucristo”. 

Para más adelante decir: “Por lo tanto, no es de maravillar que San Juan le llame Príncipe de los reyes de la tierra, y que Él mismo, conforme a la visión apocalíptica, lleve escrito en su vestido y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de los que dominan. Puesto que el Padre constituyó a Cristo heredero universal de todas las cosas, menester es que reine Cristo hasta que, al fin de los siglos, ponga bajo los pies del trono de Dios a todos sus enemigos”.

Pío XI (tal como señala el P. Alcañiz), instituyó la fiesta de Cristo Rey como una prolongación y complemento a la consagración que hiciera León XIII al Divino Corazón en 1900, a lo cual hace referencia en la misma encíclica: “Y más aún: por iniciativa y deseo de León XIII fue consagrado al Divino Corazón todo el género humano durante el Año Santo de 1900”. Es más, Pío XI mandó que en la fiesta de Cristo Rey, se renueve cada año dicha consagración al Sagrado Corazón de Jesús.

Esto dice el P. Alcañiz: “Tenemos, pues, que, según Pío XI, el intento que él mismo tuvo al establecer la fiesta de Cristo Rey, fue completar, llevar a perfección, y como confirmar la consagración del mundo por León XIII al Corazón de Jesús. La fiesta de Cristo Rey es, por tanto, complemento, perfección, confirmación de la consagración al Corazón Divino”. (La Devoción al Corazón de Jesús, Granada 1958, p. 140).

Pío XI con la Encíclica Miserentissimus Redemptor del 8 de Mayo de 1928 sobre el Sagrado Corazón expresa su anhelo y esperanza después de recordar la consagración al Sagrado Corazón hecha por León XIII cuando dice: “… Nos, como ya dijimos en nuestra encíclica Quas primas, accediendo a los deseos y a las preces reiteradas y numerosas de obispos y fieles, con el favor de Dios completamos y perfeccionamos, cuando, al término del año jubilar, instituimos la fiesta de Cristo Rey y su celebración en todo el orbe Cristiano. Cuando eso hicimos, no sólo declaramos el sumo imperio de Jesucristo sobre todas las cosas, sobre la sociedad civil y la doméstica y sobre cada uno de los hombres, mas también presentimos el júbilo de aquel faustísimo día en el que el mundo entero espontáneamente y de buen grado aceptará la dominación suavísima de Cristo Rey”. 

Esto dicho, recuerda Pio XI en la misma encíclica, el dramático panorama apocalíptico de los males anunciados para el fin de los tiempos: “Cuanta sea, especialmente en nuestros tiempos, la necesidad de esta expiación y reparación, no se le ocultará a quien vea y contemple este mundo como dijimos, ‘en poder del malo’ (Jn. 5,19). De todas partes sube a Nos clamor de pueblos que gimen, cuyos príncipes y rectores se congregaron y confabularon a una contra el Señor y su Iglesia (II Pe. 2,2). (…) Todo lo cual es tan triste que por estos acontecimientos parece manifestarse ‘los principios de aquellos dolores’ que habían de preceder ‘al hombre de pecado que se levanta contra todo lo que se llama Dios o que se adora’ (II Tes. 2,4)”.

Pío XII ya decía su Encíclica Summi Pontificatus del 20 de Octubre de 1939: “La hora en que os llega esta Nuestra primera Encíclica, es en muchos aspectos, la verdadera hora de tinieblas (…). Los pueblos, envueltos en el trágico vórtice en la cúspide de la tormenta, de la guerra, quizás están aún al comienzo de sus dolores: muerte y desolación, lamento y miseria reinan ya en millares de familias”.

Y en 1947, más de lo mismo: “En las asambleas humanas se insinúa solapadamente el espíritu del mal, el ángel del abismo (Apoc. 9,11), enemigo de la verdad, atizador de odios, creador y destructor de todo sentimiento fraterno. Creyendo próxima su hora, hace todo lo que puede para acelerarla”. (Radiomensaje de la víspera de Navidad, 24 de Diciembre de 1947). Y esto lo decía Pío XII para la Navidad.

Como se ve, esta era la hora mala y apocalíptica, según estos Papas que venimos citando, pero como es sabido, los falsos profetas dicen halagüeñamente, “paz y progreso, todo marcha bien”, che, hoy con Francisquito.

Juan XXIII cual Pseudoprofeta, inauguró el Concilio Vaticano II, diciendo abrir las ventanas de la Iglesia para que haya un nuevo Pentecostés cual renuevo primaveral, y considerado además, como el Papa bueno (bonachón de lo estulto que era) diciendo que la Iglesia no tenía enemigos, contradiciendo así lo que se reza diariamente en el Padre Nuestro: líbranos del mal (del maligno y de todos sus secuaces).

Volviendo a Pío XII, por todo lo que él había dicho como hemos visto, en su mensaje Pascual del 21 de Abril de 1957 dice: “Es necesario quitar la piedra sepulcral con la cual han querido encerrar en el sepulcro a la verdad y al bien; es preciso conseguir que Jesús resucite; con una verdadera resurrección que no admita ya ningún dominio de la muerte: ‘Surrexit Dominus vere’ (Lc. 24, 34), ‘mors illi ultra non dominabatur’ (Rom. 6, 6). (…) ¡Ven, Señor, Jesús! La humanidad no tiene fuerza para quitar la piedra que ella misma ha fabricado intentando impedir tu vuelta. Envía tu Ángel, oh Señor, y haz que nuestra noche se ilumine como el día. ¡Cuántos corazones, oh Señor, te esperan! ¡Cuántas almas se consumen por apresurar el día en que Tú sólo vivirás y reinarás en los corazones! ¡Ven, oh Señor, Jesús! ¡Hay tantos indicios de que tu vuelta no está lejana! ¡Oh, María, que lo viste resucitado; María, a quien la primera aparición de Jesús quitó la angustia inenarrable causada por la noche de la pasión; María, te ofrecemos las primicias de este día. Para ti, Esposa del divino Espíritu, nuestro corazón y nuestra esperanza! ¡Así sea!”. Más claro ni el agua, este día, es la Parusía.

Pero antes, Pío XII había pronunciado ante el Sacro Colegio el 2 de Junio de 1942: “Nuestro deber, el deber del Episcopado, el del Clero y el de los fieles, es de prepararse espiritualmente por la plegaria y el ejemplo al futuro encuentro de Cristo con el mundo”.

Esto que sirva, a los que todavía ponen en duda la inminente y pronta Parusía y el consecuente Reino Milenario de Cristo.

San Agustín recuerda que el Anticristo será directa y personalmente destruido (destronado) por Jesucristo, y esto únicamente puede ocurrir con la Parusía: “La última persecución que ha de hacer el Anticristo, sin duda la extinguirá con su presencia el mismo Jesucristo, porque así lo dice la Escritura ‘Que le quitará la vida con el espíritu de su boca y le destruirá con sólo el resplandor de su presencia’ ”. (La Ciudad de Dios, lib. 18, c.53).

Y para terminar, nos permitimos recordar lo que el venerable Barthélemy Holzhauzer en su comentario sobre el Apocalipsis, bajo el subtítulo muy sugestivo y significativo en nuestros días: “Del Antipapa abominable y pérfido idólatra, que desgarrará la Iglesia de Occidente y hará adorar la primera bestia, dice: “Esta bestia es un falso profeta (…). ‘ Ella tiene dos cuernos como de cordero’, porque será un cristiano apóstata y que se levantará secreta y fraudulentamente. Entonces la Iglesia será dispersada en las soledades y los lugares desiertos, en los bosques y las montañas, y en las grietas de las rocas, porque el pastor habrá sido golpeado y que las ovejas serán dispersadas. Puesto que será lo mismo como en el tiempo de la Pasión de nuestro Señor. (…) Entonces la Iglesia latina será desgarrada, y a excepción de los elegidos, habrá una defección total de la fe”. (Revelation du Passé et de l’Avenir, Interprétation de l’Apocalypse du venerable Barthélemy Holzhauzer, p. 91).

Quizá por esto el Papa León XIII puso en el Exorcismo contra Satanás y los Ángeles Apóstatas, esto que después fue suprimido: “Donde la sede del beatísimo Pedro y Cátedra de la verdad fue instituida para luz de las gentes, allí pusieron el trono de su abominable impiedad; para que golpeado el Pastor puedan dispersar la grey”. 

Por todo lo dicho, queda claro que la gran esperanza de San Pablo y la de los Papas es la misma: el triunfo de la Iglesia, reunida en un solo rebaño y bajo un solo pastor, a partir de la Parusía en el Reino Milenario de Cristo Rey. 

Esta es la bienaventurada esperanza de San Pablo y de las Sagradas Escrituras: “Para que renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos, sobria, justa y piadosamente en este siglo actual, aguardando la dichosa esperanza y la aparición de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo” (Tito, 2,12-13).

“A fin de que vuestra fe, saliendo de la prueba mucho más preciosa que el oro perecedero -que también se acrisola por el fuego- redunde en alabanza, gloria y honor cuando aparezca Jesucristo” (I Ped. 1,7).

“Porque no os hemos dado a conocer el poder y la Parusía de Nuestro Señor Jesucristo, según fábulas inventadas, sino como testigos oculares que fuimos de su majestad” (II Ped. 1,16). 

Como dice el P. Alcañiz: “… el reino del Corazón de Jesús es idéntico al reino de que habla San Pablo, el reino que pedimos en la oración dominical al mismo que los impíos rechazan y que los buenos desean…”. (La Devoción al Corazón de Jesús. Granada 1958, p. 139-140).

Ven Señor Jesús es lo mismo que Venga a nos tu reino. La Gran Esperanza.
                                                                                                 

 P. Basilio Méramo

                                                                                                  Bogotá, 18 de Junio de 2016

jueves, 2 de junio de 2016

SOBRE EL MILENARISMO PATRÍSTICO Y SUS IMPUGNADORES

 

Entre los impugnadores del Milenarismo Patrístico tenemos al hereje Cayo sacerdote y escritor eclesiástico que vivió en Roma a fines del siglo II y principios del III, y al parecer de origen griego; el cual negaba la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,  que era la herejía de la secta de los Alogos (que niega el Logos, la divinidad del Verbo) y en consecuencia rechaza el Apocalipsis que manifiesta la divinidad de Cristo Rey y por lo tanto de su Reino Milenario en esta tierra. Por eso es el primero en atribuir a Cerinto (de Alejandría cristiano de origen judío contemporáneo de San Juan) la autoría del Apocalipsis y no a San Juan. Con esto pretendía desprestigiar y  relegar el Apocalipsis, con lo cual  su valor e importancia quedaría  desacreditado.

Esa desafortunada y errónea idea desgraciadamente fue acogida por el famoso y renombrado Orígenes; y dada su fama y prestigio, fue difundida por doquier. De ahí la poca importancia que los comentaristas mostraron ante el Apocalipsis en esa época, cosa que asombra, teniendo tan pocos comentarios de los Santos Padres de la Iglesia.

No nos debe de extrañar la actitud tomada por Orígenes (183/6 – 254/5) pues como es sabido, Orígenes era  blasfemo y un hereje, como señala Santo Tomás de Aquino, pues negaba la divinidad del Verbo, puesto que no es divino por esencia sino por participación, con lo cual viene a lo mismo que los de secta de los Alogos; constituyéndose así en un precursor de Arrio ( 250- 336), y quizás peor aún que él, pues además negaba la divinidad del Espíritu Santo, por sorprendente que  parezca; con lo cual  viene a ser además, por si fuera poco, un precursor de los pneumatómacos.
Santo Tomás dice: “Se debe también saber que acerca de esta cláusula Orígenes erró torpemente, (…) blasfemó Orígenes, puesto que el Verbo no es Dios por esencia, es decir, que sea esencialmente Verbo, sino que decía que es Dios por participación, puesto que verdaderamente sólo el Padre es Dios por su esencia, y así ponía al hijo menor que el Padre”. (In Com. Ev. Ioannis, ed. Marietti, Taurini 1925, cap. I, lec.1, p.17).

Más adelante Santo Tomás observa: Hay que evitar el error de Orígenes, quien dice que el Espíritu Santo fue hecho entre todas las cosas por el Verbo, de lo cual se sigue que es creatura, y esto lo dijo Orígenes. Pero esto es herético y blasfemo, puesto que el Espíritu Santo tiene la misma gloria, substancia y divinidad con el Padre y el Hijo”. (Ibídem, p.20).
Como es sabido, nosotros por la gracia participamos de la divinidad que nos hace hijos de Dios, debido a que la gracia es una participación de la naturaleza divina, como enseña San Pedro: “Para que merced a ellos lleguéis a ser partícipes de la naturaleza divina”. (II Petr.1, 4), pero no somos divinos por esencia sino por participación, y por eso seremos como dioses, lo cual quedará fijado para toda la eternidad en la bienaventuranza eterna del cielo. De aquí la famosa tentación de la Serpiente hecha a nuestros primeros padres, Adán y Eva, de “seréis como dioses”, es decir, como algo obtenido por la propia autodeterminación que los llevó a comer del fruto del árbol prohibido y que Dios tenía reservado como una promesa que se realizaría completa y plenamente a su debido tiempo y no antes, por el propio esfuerzo humano de la humana y libre acción o determinación, sin contar con la acción divina en primer lugar.
En esto consiste el diabólico y perverso naturalismo humanista que permea cual maldición al género humano.

De aquí que gracias a Orígenes, por su fama y  prestigio, como uno de los hombres  más   sabio de su tiempo (y  hasta aun hoy considerado uno de los genios más grandes),  cobra presencia en las   almas la idea de que el Apocalipsis  tiene por autor no a San Juan, sino al hereje Cerinto y lanza, además, la idea de que no hay más milenarismo que el de Cerinto.
Se ve así, cómo Orígenes al  hacer suya la falsa idea de Cayo (dado que ambos negaban la divinidad del Verbo), y además difundirla con todo el peso de su prestigio, es lógico que tenían que  impugnar el Apocalipsis y desacreditarlo a como diera lugar, puesto que es la manifestación de la divinidad del Verbo y esto de modo inequívoco y triunfante  el Reino Milenario en esta tierra por la Parusía de Cristo Rey.

Es decir, que el Apocalipsis fue rechazado porque era la viva expresión tanto de la divinidad de Cristo como de su Reino Milenario. Divinidad de Cristo que quedaba expresada en el Reino Milenario de Cristo Rey en esta tierra después de su Parusía. Este es el motivo por el cual se rechaza el Apocalipsis, y ese rechazo tiene su origen en la negación de la divinidad del Verbo, que era la herejía de los Alogos.

Se ve, así el origen herético del Antimilenarismo y de la manía Antiapocalíptica que llega a nuestros  días, el cual fue iniciado por Cayo y Orígenes debido a su herejía.

Hay que recordar que Orígenes, dada su triste y desgraciada experiencia personal, se mutiló por su exagerado y craso literalismo exegético que lo lleva a auto castrarse por mal interpretar las Escrituras, viéndose obligado a alegorizar para no terminar decapitándose, quedándose sin cabeza. Que desgracia para un genio. Así, pasó a ser un alegorista sin más opción, pues de lo contrario se ve en que iba a parar. Surge  con esto el alegorismo exegético.

Sobre la exégesis alegorista, no se piense que se la reprueba, pues es justa dentro de sus límites, tal como lo manifiesta el P. Lacunza: “No por esto penséis, señor, que  yo repruebo el sentido alegórico (lo mismo digo a proporción de los otros sentidos). El sentido alegórico en especial es muchas veces un sentido bueno y verdadero, al cual se debe atender en la misma letra, aunque sin dejarla”.  (La Venida del Mesías en Gloria y Majestad, ed. Carlos Wood, Londres 1816, Tomo I, p. LXIV). Y  más adelante: “La alegoría es buena cuando se usa con moderación, y sin perjuicio alguno de la letra, la cual se debe salvar en primer lugar. Asegurada ésta, alegorizar entonces cuanto quisiereis, sacar figura, moralidades, conceptos predicables, etc., que puedan ser de edificación a los que leyeren, con tal que no se opongan a otro lugar de la Escritura según su propio y natural sentido”. (Ibídem, p.27). Lo malo es alegorizar para sepultar el sentido literal.

Respecto a la desgracia de Orígenes el P. Lacunza refiere: “Siendo joven, tuvo la desgracia de entender y practicar en sí mismo un texto del Evangelio, no digo ya según su sentido obvio y literal, que esto es falsísimo, sino en un sentido grosero, ridículo, ajeno del espíritu del Evangelio y de la letra misma, que no dice, ni aconseja tal cosa. Como esta mala inteligencia le costó tan cara, empezó desde luego a mirar con otros ojos toda la Escritura, inclinando siempre su inteligencia, no ya a lo que decía sino a alguna otra cosa distantísima, que no decía.

Casi cada palabra debía tener otro sentido oculto, que era preciso buscar, o adivinar; la Escritura en sus manos, no era ya otra cosa que un libro de enigmas. Alegaba para esto el texto de San Pablo (II Cor. 3, 6) ‘la letra mata, mas el espíritu vivifica’; el cual entendía del mismo modo, y con la misma grosería, con que había entendido aquel otro: ‘hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el reino de los cielos’ (Mat. 19, 12). Fundado en un principio tan falso, como era la inteligencia del de la letra mata, ¿qué maravilla que errase tanto? Maravilla hubiera sido lo contrario; como lo es, que sus errores no fuesen más, ni mayores de los que se hallan en sus escritos”. (Ibídem, p. 22, 23).

Sin duda, el texto de la Escritura que lo llevó a emascularse sumado al citado por el P. Lacunza, sería el que está en el Evangelio de San Mateo 5, 30: “Y si tu mano derecha te es ocasión de tropiezo, córtala y arrójala lejos de ti; más te vale que se pierda uno de tus miembros y no que sea echado todo tu cuerpo en la gehena”.

No es de extrañar que aunque Orígenes murió al parecer (cuatro años más tarde) a consecuencia de las lesiones por las torturas que recibió, no fuese considerado por la Iglesia jamás como mártir; de él dice Alcañiz - Castellani: “Orígenes nació en Egipto, Alejandría, probablemente entre el 183-186, del griego Leónidas que el año 202 padeció el martirio. Fue director de la Escuela Alejandrina por 17 años. Después de la persecución en la que fue ejecutado su padre, Orígenes se entregó a un ascetismo austerísimo; se cuenta del, que, interpretando crudamente una palabra de Cristo, se hizo castrar. Hizo muchos viajes, a Roma, Arabia, Palestina. En uno destos caminos, dos obispos palestinos amigos suyos lo ordenaron sacerdote; y por esto, o quizás también envidia, el Obispo de Alejandría, Demetrio, obligó a su cabildo a privar a Orígenes del oficio de doctor, suspendido como sacerdote y expulsado de la ciudad. Orígenes se refugió en Cesarea de Palestina donde fundó una ‘escuela catequética’ y se consagró al trabajo de predicar y componer libros. Tanta autoridad adquirió en ese tiempo dentro de la Iglesia, que San Jerónimo testifica: ‘Cuando habla Orígenes, los demás se dan por mudos’. (Apud Rufinum, M.L. XXII, 599). Encendida la persecución de Decio, Orígenes sufrió torturas tamañas, testífice Eusebio, que rindió su alma al poco tiempo exhausto, a los 69 años de edad. Orígenes fue tan fecundo en el escribir que no fue superado por ninguno de los antiguos como nota San Jerónimo ‘Apud Rufinum, Ibídem, 599’. (La Iglesia Patrística y la Parusía, ed. Paulinas, Bs. As. 1962, p.185-186).

Como se ve Cerinto el corruptor del Milenarismo Patrístico de la Antigua Exégesis, fue el impugnador de San Juan, quien no quiso entrar en las termas en Éfeso, sabiendo que Cerinto estaba adentro, tal como relata San Ireneo hablando de San Policarpo, de quien era discípulo: “Hay quienes lo oyeron decir que Juan, discípulo del Señor, yendo en Éfeso a bañarse, cuando vio dentro a Cerinto, salió de las termas sin bañarse por temor, según él, de que se desplomaran las termas, porque se hallaba adentro Cerinto, enemigo de la verdad. Y Policarpo mismo respondió así a Marción, en cierta ocasión les salió al encuentro y les decía: ‘Reconócenos’, ‘Te conozco como primogénito de Satanás’. Tan grande era la circunspección que tenían los Apóstoles y sus discípulos que ni de palabra se comunicaban con alguno de aquellos que tergiversaban la verdad…”. (Contra las Herejías, L.III, ed. Apostolado Mariano, Sevilla, 1994, p.20-21).

El error y la herejía de Cerinto consistían en propinar a los resucitados bienaventurados, comercio carnal y fiestas con grandes comilonas y bebidas, poniendo en ello la bienaventuranza del hombre. Así el P. Lacunza lo señala al distinguir las tres clases de milenarismo: “Tres clases de Milenarios debemos distinguir, dando a cada uno lo que es propio suyo, sin lo cual parece imposible, no digo entender la Escritura divina, pero ni aún mirar, porque estas tres clases juntas y mezcladas entre sí, como se hallan comúnmente en las impugnaciones, forman aquel velo denso y oscuro que la tienen cubierta e inaccesible. En la primera clase entran los herejes y sólo ellos deben entrar separados enteramente de los otros. (…) Eusebio, (Lib. III Hist.),  y San Epifanio (Haeresi, XXVIII), nombraban a Cerinto al inventor de estas groserías. Como este heresiarca era dado al vientre, la gula y la libido., ponía en estas cosas toda la bienaventuranza del hombre. Así enseñaba a sus discípulos, dignos sin duda de tal maestro, que después de la resurrección, antes de subir al cielo, habría mil años de descanso en los cuales se daría, a los que lo hubiesen merecido aquel céntuplo del evangelio. En este tiempo tendrían todos licencia sin límite alguno para todas las cosas pertenecientes al sentido; por lo cual todo sería holganza y regocijo continuo entre los santos; todo convites magníficos, todo fiestas, músicas, festines, teatros, etc., y lo que parecía más importante, cada uno sería dueño de un serrallo entero como un sultán…”. (Ibídem, p. 77-78).

Lo cual vendría a ser un precursor y un preludio del cielo de los musulmanes, podríamos decir hoy. Con semejante doctrina corrompía y destruía como es evidente, el Milenarismo Patrístico.

Después de este hereje, vienen los milenaristas judaizantes que sin caer en esas groserías de Cerinto, restauraban rabínicamente las leyes mosaicas referentes a la circuncisión, ceremonia y culto, tales como Nepote y Apolinar. El P. Lacunza así lo expresa al continuar describiendo las tres clases de milenarismo: “En la segunda clase estarán en primer lugar los doctores judíos o rabinos, con todas aquellas ideas miserables y funestísimas para toda la nación que han tenido y tienen todavía de su mesías, a quien miran y esperan como un gran conquistador, como otro Alejandro Magno, sujetando a su dominación con las armas en la mano a todos los pueblos y naciones del orden, obligando a todos sus individuos a la observancia de la ley de Moisés y que primeramente a la circuncisión. Dije que en esta segunda clase entran los rabinos en primer lugar, para denotar que fuera de ellos hay todavía otros, y han entrado siguiendo sus pisadas, o adoptando algunas de sus ideas. Estos son los que se llaman con propiedad los milenarios judaizantes, cuyas cabezas fueron Nepote, obispo africano, contra quien escribió san Dionisio de Alejandría sus dos libros De Promisionibus; y Apolinar contra quien escribió san Epifanio, De Haeresi LXXVII.

Estos Milenarios conocieron bien en las Escrituras la substancia del Reino del Mesías; conocieron que su venida del Cielo a la Tierra, que esperamos todos en Gloria y Majestad, no había de ser tan de prisa, como se supone comúnmente; conocían que no tan luego se habían de acabar todos los vivos y viadores, ni tan luego había de suceder la resurrección universal de todo el linaje humano; conocieron que Cristo habría de reinar aquí en la tierra acompañado de muchísimos otros correinantes, esto es, de muchísimos santos ya resucitados; conocieron en fin, que había de reinar en toda la tierra sobre hombres vivos y viadores que lo habían de creer y reconocer por su verdadero Señor, y se habían de sujetar enteramente a sus leyes en justicia, en paz, en caridad, en verdad, como parece claro y expreso en las mismas Escrituras. Todo estos conocieron estos doctores, a lo menos lo divisaron como de lejos oscuro y en confuso. Si con esto solo se hubieran contentado, ¡Oh, cuán difícil cosa hubiera sido el impugnarlos!, todas las Escrituras se hubieran puesto de su parte y los hubieran rodeado como un muro inexpugnable. La desgracia fue que no quisieron contenerse en aquellos límites justos que dicta la razón y prescribe la Revelación. Añadieron de suyo, o por ignorancia o por inadvertencia, o por capricho, algunas otras cosas particulares que no constan de la Revelación, antes se le oponen manifiestamente diciendo y defendiendo obstinadamente, que en aquellos tiempos de que se habla todos los hombres serían obligados a la ley dela circuncisión como también a todas las demás observancias de la antigua ley y del antiguo culto, mirando todas estas cosas que fueron como dice el Apóstol pedagogo, como necesarias para la salud. Estas ideas ridículas, más dignas de risa que de impugnación, fueron antes abrasadas por innumerables secuaces de Nepote y de Apolinar y ocasionaron dentro de la Iglesia, grandes disputas y alteraciones entre las cuales parece que quedó confundido y olvidado del todo, el asunto principal”. (La Venida del Mesías… Tomo I, p. 78-81).

Esto es lo que hoy los antimilenaristas por ignorancia desconocen y resulta que vienen a oponerse no a estas groseras ridiculeces y fábulas de los judaizantes y el comercio carnal y francachelas del heresiarca Cerinto, sino a la parte buena, expresada en el reino de Cristo en esta tierra; y esto no es admisible para nadie que se llame, se diga o se crea católico; pero como la ignorancia es atrevida, hoy muchos se atreven a todo confirmando aquellas palabras de la Sagrada Escritura: el número de los estultos es  infinito (stultorum infinitus est numerus, Ecl. 1, 15), o dicho castizamente de los imbéciles, y que ha sido cambiado (adulterado) en la edición de la Vulgata hecha por Paulo VI.

Es evidente, ¡Cómo no iban a reaccionar los Santos Padres ante semejantes errores y herejías!, tanto de los milenaristas carnales y los milenaristas judaizantes; pero otra cosa es que hoy, no nos percatemos de la atmósfera de ese momento, y queriendo espantar las moscas del pastel de un manotazo, nos quedamos sin él, que eso es lo que hacen hoy los antimilenaristas que han mal asimilado todo esto, sea por un error de lectura, o de ignorancia, o ambos a la vez.

Entre los Padres de la Iglesia que a bien tuvieron refutar con mucha y justa razón este milenarismo corrompido que en última instancia tiene por instigador a Satanás, para destruir la verdadera concepción del Milenio, o del Reino de Cristo Rey en esta tierra, tenemos en primer lugar a Dionisio de Alejandría, quien fue discípulo de Orígenes, por lo cual era bastante reacio en aceptar que el Apocalipsis tuviera por autor a San Juan, aunque lo reconocía como libro revelado: “Yo sin embargo no oso del todo rechazar ese librillo, principalmente viendo  que muchos hermanos lo tienen en mucho; pero del he concebido la siguiente opinión, que como quiera que excede del todo mi comprensión, juzgo que debe esconder algún del todo peculiar y arcana inteligencia y misterio de las cosas. Pues aunque yo no lo entiendo, sospecho sin embargo que algún significado superior subyace en sus palabras. (…) Así que no dudo de que Juan se llamó su autor y por Juan fue escrito, y confieso que fue necesario a eso un varón inspirado del Espíritu Santo. Pero que el haya sido el Apóstol, hijo de Zebedeo, hermano de Yago, de quien es el Cuarto Evangelio y la Epístola llamada católica, eso no lo concederé fácilmente; (…) conjeturo, no son de un solo y mismo escritor”. (La Iglesia Patrística…, p.192-193).

Hay que tener presente que ningún Santo Padre de la Iglesia fue antimilenarista, pues lo que combatían con mucha y sobrada razón, era el error de las fábulas judaicas de los milenaristas carnales o crasos y herejes como Cerinto y de los milenaristas judaizantes como Nepote y Apolinar y de todos sus secuaces.

Aunque Alcañiz-Castellani, se dejan influir por la designación de Eusebio, hereje arriano, tomando el adjetivo de antimilenarista aplicado a San Dionisio, lo cual es un infeliz desliz, cosa que podemos apreciar en el siguiente texto: “Como está explayado al hablar de Nepote, San Dionisio fue antimilenarista…”. (Ibídem, p.191).

La idea de que San Dionisio sería el primer antimilenarista como Padre de la Iglesia, viene de Eusebio de Cesarea, hereje arriano y  primer historiador de la Iglesia (que no hay que confundir con el otro Eusebio también hereje arriano y  amigo suyo,  Eusebio de Nicomedia, que primero fue Obispo de Berito (Beirut) y después por su ambición, llegó a ser Obispo de Constantinopla, al haber pasado la capital del imperio de Nicomedia a esta ciudad), lo cual se puede ver en el siguiente texto: “De la narración de Eusebio Historiógrafo aparece que en el siglo III en Egipto existían Nepote milenista y Dionisio antimilenista”. (Ibídem, p.183). Bonito Padre de la Historia de la Iglesia tenemos, por eso hay que tomar los datos y los hechos por él referidos, sin sus comentarios que responden a una óptica arriana que lleva el agua a su molino.

Con respecto a San Dionisio, el P. Lacunza dice refiriéndose a los Padres de la Iglesia que combatieron el milenarismo corrompido, sea el craso y carnal, como el judaizante: “El más antiguo de estos es San Dionisio Alejandrino, que escribió hacia la mitad del III siglo. Este santo doctor escribió una obra dividida en dos libros, que intituló De Promissionibus. En ella impugnó así errores groseros de Cerinto, como principalmente un libro que andaba entonces en manos de todos, cuyo autor era un Obispo de África llamado Nepos. Mas en esta impugnación, ¿cuál fue su asunto principal o único? ¿Qué es lo que realmente impugnó y convenció de falso? Aunque no nos ha quedado ni el libro de Nepos, ni el de San Dionisio, más por tal cual fragmento de este último, que nos conservó Eusebio en el libro séptimo de su historia, capítulo 20, se ve evidentemente que San Dionisio no tuvo en mira otra cosa, que los excesos ridículos de Nepos, y sus pretensiones particulares sobre la circuncisión, y la observancia de la ley de Moisés; a qué se añadían otros errores muy parecidos a los de Cerinto (…).  Si el libro de San Dionisio no contenía otra cosa que la irrisión, y la impugnación de todo esto, que acabamos de decir, cierto que no habla de modo alguno de los Milenarios Inocuos sino de los Judíos o Judaizantes”. (La Venida del Mesías…, Tomo I, p. 88-91).

Con respecto a San Dionisio (alred.200-265) el primer Padre de la Iglesia que escribe contra el milenarismo tenemos la siguiente reseña de Alcañiz – Castellani: “Dionisio nació probablemente en Alejandría de padres paganos, cerca del año 200. Adherido al cristianismo y hecho discípulo de Orígenes, presidió la escuela catequística alrededor del 222 y más tarde de la misma Iglesia alejandrina; tuvo que huir della durante la persecución de Decio y Valeriano, mas regresó a la ciudad el año 262, donde murió dos o tres años más tarde”. (Ibídem, p. 191).

Al ser discípulo de Orígenes, se entiende el por qué San Dionisio era reacio en admitir que fue San Juan quien escribió el Apocalipsis aunque sí concedía que era un libro revelado pero de otro autor.

San Dionisio escribe contra las pretensiones judaicas de Nepote, con muy justificada razón, ante el peligro que esto conlleva.

El segundo Santo Padre de la Iglesia que se cita (como hace ver el P. Lacunza), es San Epifanio (315-403, Obispo de constancia, Chipre) que escribió cien años después de San Dionisio de Alejandría: “Este santo doctor en su libro Adversus Haereses, es cierto que habla dos veces de los milenarios y contra ellos. La primera, Haeresi XXVIII, solamente habla de Cerinto, y habiendo propuesto su particular error confuta fácilmente con el Evangelio de San Pablo. La segunda, Haeresi LXXVIII, habla de Apolinar y sus secuaces”.  (Ibídem, p. 91-92).

Además hay que decir que San Epifanio era milenarista o aceptaba el milenarismo como lo señalan Alcañiz - Castellani: “¿Qué piensa el santo del milenismo espiritual? Se adhiere a la opinión que San Metodio, San Hipólito y otro muchos profesaron, como es visible destas palabras visibles contra Orígenes (…) ‘Por tanto San Epifanio afirma que después de la resurrección de los hombres, reinarán sobre la tierra renovada bajo el gobierno de Cristo”. (La Iglesia Patrística… p. 246-248).

El tercer Santo Padre que se cita contra todos los milenarios, (como dice Lacunza) sin distinción, es San Jerónimo (342-419), pero como sabemos, él tiene en la mira el milenarismo herético de Cerinto y el milenarismo de los judaizantes que con mucha razón impugna y combate. El error de San Jerónimo no estuvo en combatir justificada y ciertamente tal milenarismo, sino el haber atribuido o adjudicado indebidamente tal milenarismo a los padres tales como San Ireneo. Aunque como santo y Padre de la Iglesia pone un bemol a su actitud diciendo, contradictoriamente, que no se atrevía a condenarlo de otra parte, pues muchos santos y eclesiásticos mártires así lo enseñaron. Digo contradictoriamente, pues si era un error y más aún, hasta una herejía, es evidente que había que condenarlo sin ninguna contemplación, pero como sabía de otra parte, que algunos Padres de la Iglesia eran milenaristas, entonces no se atrevía a condenarlo. Esto era suficiente para haber profundizado más la cosa y distinguir que había una gran diferencia entre el milenarismo erróneo y el milenarismo prístino, pero no ocurrió así; pues de hecho, pareciera meter a todos en el mismo saco. Y esto evidentemente de manera contradictoria.

Tanto Lacunza, como Alcañiz y el P. Castellani, citan el texto de San Jerónimo sobre el capítulo XIX de Jeremías, Lacunza, así: “Opinión que aunque no sigamos, con todo no podemos reprobar, porque muchos varones eclesiástico y mártires las siguen, y cada uno abunda en su sentido, y todas estas cosas reservamos al juicio del Señor (La Venida del Mesías…, p. 66).

Y esto dice Alcañiz-Castellani: “Cosas que, aunque no sigamos, no podemos empero condenar, porque muchos de los varones eclesiástico y de los mártires las dijeron. Y así, cada cual abunda en su sentido, y a Dios se reserve la resolución”. (La Iglesia Patrística…, p. 267).
También hay un error de parte de San Jerónimo, no de doctrina, al adjudicar el libro escrito por San Dionisio contra Nepote, como si fuera contra san Ireneo; esto puede ser un lapsus calami, o un error del copista, como el P. Lacunza sugiere. Este desliz, se puede ver aquí: “… Y de los griegos, omitiendo el resto mentará al Obispo de Lion, Ireneo, contra el cual el elocuentísimo Dionisio, Pontífice de la Iglesia Alejandrina, escribió un elegante libro –(error de Jerónimo; el libro no es contra Ireneo sino contra Nepote; y por lo demás, ninguno de los dos responde en su milenismo a la descripción que sigue)– riéndose de la fábula de los mil años, de la Jerusalén de oro y gemas en la tierra, de la restauración del templo, la sangre de los sacrificios, el descanso sabático, la injuria de la circuncisión, las nupcias, los partos, las crianzas de hijos, delicias de convites y tiranía sobre todos los gentiles; y encima guerras, ejércitos, triunfos, matanzas de los derrotados y la muerte del pecador de mil años…” (La Iglesia Patrística…, p.265-266).

 He aquí la excusa que posibilita el P. Lacunza ante el error de San Jerónimo mencionado: “Es verdad, que aquellas primeras palabras contra el cual no caen en el texto de San Jerónimo sobre Nepo, sino sobre San Ireneo de quien se va hablando; mas ese es un equívoco claro y manifiesto, no cierto de San Jerónimo, sino de alguno de sus antiguos copistas; pues nadie ignora (como es una cosa de hecho) contra quién escribió San Dionisio, y el mismo santo lo dice, que escribe contra este hermano a quien llamó Nepos. Diréis acaso que lo mismo es escribir contra Nepos, que contra san Ireneo, pues ambos fueron milenarios; mas esto sería bueno primero se probase que san Ireneo había enseñado y sostenido los mismos despropósitos de Nepos, que son expresamente los que san Dionisio impugna en su libro. Con un equívoco semejante, es bien fácil llevar a la horca a un inocente”. (La Venida del Mesías…, p. 91).

 El cuarto Padre es San Agustín (354-430). Que tuvo dos posturas, como hacen ver Alcañiz – Castellani: “Hay que distinguir en San Agustín, dos tramos, en el primero profesó el milenismo; en el segundo se retiró del, sin condenarlo”. (La Iglesia Patrística…, p.275).

No hay que olvidar, que San Ambrosio, que fue el Obispo que lo ayudó a convertir, y el que lo bautizó, fue milenarista, como se desprende del siguiente texto: “San Ambrosio debe ser recensado entre los milenistas; un pasaje del santo lo hace aparecer como milenista. Digo, adicto a ese milenismo espiritual al cual adhirieron tantos ilustres antepasados suyos’ dice Vacant en su Diccionario de Teología I, 950”. (Ibídem, p. 248).
Y lo reafirman más adelante, como sigue: “Es patente pues, que según San Ambrosio habrá dos resurrecciones; la primera, de los justos –muchos dellos– que ‘van al reino de la gracia’ o sea,  vienen resucitados a la compañía de Cristo –la cual llama Ambrosio ‘gracia’, como se ve por el contexto– sin juicio particular. Después desta resurrección gloriosa hay otra, a la cual algunos ‘son reservados’. Entre las dos intercede un largo tiempo, ‘hasta que llenen los tiempos intermedios’, dice. Sabemos que esta doble resurrección es uno de los ‘dogmas’ principales de los milenistas”. (Ibídem, p. 249-250). Recordemos que San Ambrosio es uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia Latina, y es Milenarista.

Por más que San Agustín haya cambiado de parecer por el motivos que sea, hay que dejar bien en claro que jamás descalificó como errónea su primitiva opinión, tal como podemos ver por sus propias palabras refiriéndose al milenarismo prístino: “la cual opinión sería de algún modo tolerable, si se creyera que en aquel reinado solamente gozarán los santos delicias espirituales por la presencia del Señor, pues yo también pensé en otro tiempo lo mismo; pero afirmar que los que resuciten se entregarán a excesivas viandas carnales, y que es mayor de lo que puede creerse la abundancia y el modo de las bebidas y manjares, a esto no pueden dar ascenso sino los mismos hombres carnales, a quienes los espirituales llaman Quiliastas, nombre que trasladado literalmente del griego, significa Milenario”. (La Venida del Mesías…, p. 96).

Se ve claramente que lo que San Agustín rechaza es el milenarismo carnal y craso, y si cambió de parecer sin condenar su posición anterior, debe ser porque le pareció la circunstancia, de un lado la presión de San Jerónimo combatiendo el milenarismo craso y el judaizante y del otro el mismo peligro en esos momentos de los errores y herejías de esos dos milenaristas corrompidos y era más fácil de combatir el peligro inminente tomando una óptica alegorista en la interpretación del Apocalipsis y abandonando la literal.

Sobre esto Alcañiz-Castellani hacen ver: “Los que no han leído los últimos capítulo del Libro XX del Africano (que son más de cuatro, incluso dentro de los que escriben destas cosas) no se imaginan la suma de sutilezas, juegos dialécticos y distorsiones (incluida una mutación del texto sacro) que necesita San Agustín para dar algún sentido en este supuesto alegórico a las palabras llanas del apóstol San Juan; y no sabrán que el mismo Agustín al final del Libro XX dice que la da como opinión personal y que él no sabe si es la explicación definitiva, en el número 5 del capítulo XXX; mientras muchos dellos buscan dárnosla como definitiva, e incluso de fe; de modo que el que no la tenga sea hereje”. (La Iglesia Patrística…, p. 332).

Por sorprendente que parezca, hay que recordar que San Agustín lamentablemente toma de Tyconio, hereje donatista, la idea alegórica de que el reino milenario es toda la vida o la historia de la Iglesia y su duración, tal como lo hace ver Alcañiz-Castellani: “Esta interpretación alegorista, según Vacant D.T.C. I, 1472, tuvo su origen en el hereje donatista llamado Tyconio, que escribió un comentario del Apocalipsis. Este método siguió san Agustín en su segunda época, después de san Jerónimo, Aretas Cesariense y los demás”. (La Iglesia Patrística…, p. 327).

Luego lo sorprendente es tomar de un hereje como Tyconio, la idea alegorista de que el milenio es todo el tiempo de la Iglesia que estamos viviendo.

El. P .Alcañiz escribió un libro que salió publicado sin su nombre, pero ciertamente es de él, pues por un lado el que me lo regaló era un peruano que o conoció al Padre, no sé si personalmente o indirectamente a través de sus escrito  asegurándome que era de él. Por otra parte por el contenido, por el estilo y formulación del pensamiento y el tema tratado, para el que haya leído al P. Alcañíz, no hay ninguna duda respecto de que es de su autoría: “Ticonio, hereje donatista, africano del siglo IV, no admitió el reino terrestre de los Padres antiguos. Inventó la exégesis de que el reino de los mil años, de que habla el Apocalipsis (C.XX) es la Iglesia y su duración”. (Los Últimos Tiempos, Publicaciones de los Solitarios, Lima-Perú, 1977, p. 124). Y más adelante dice: “Para eliminar el reino terrestre de Jesucristo defendido por los Padres antiguos Ticonio, hereje inventó la solución de que el reino de los mil años narrados por el Apocalipsis era la vida de la Iglesia, y la revolución de Gog, que el Apocalipsis sitúa después de los mil años, era el Anticristo. Adoptó San Agustín la solución y hasta ahora sigue adoptada por los enemigos del reino milenario”. (Ibídem, p. 140).

El Concilio de Trento, como el Credo, dicen claramente que vendrá a juzgar a vivos y a muertos, y por qué hablar de vivos, si normalmente todos debieran de estar muertos, o si se quiere, todos vivos y ninguno muerto después de resucitado para ser juzgado; o lo uno, o lo otro, pero si pone las dos cosas, es porque hay evidentemente un juicio de vivos y un juicio de muertos, y es justamente lo que el milenarismo patrístico explica congruamente en su literalidad dicho dogma. Así como también se habla de que su reino no tendrá fin y que algunos antimilenaristas a tontas y a locas pretenden con esto último refutar el milenio, a lo cual Alcañiz-Castellani responden: “Deste símbolo arguyen los antimilenaristas: se dice aquí Cristo ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos; por tanto el Juicio Universal, de donde entre el Retorno y el Juicio Final, no aparece intermedio ningún Reino de Cristo, más bien se excluye. Además, en el Credo profesamos la resurrección de la carne y no ‘dos resurrecciones’ primera y segunda como los quiliastas quieren. Los milenistas arguyen así: En el Credo, forma oriental se dice Cristo vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos, y su reino no tendrá fin. Ahora bien, si no se admite el Reino milenario, se trata del Reino de los Cielos, o sea, es la vida eterna ¿Por qué añadir otro artículo que dice: ‘Creo en la vida eterna o perdurable’? En los ‘símbolos’ cuya principal condición debe ser la brevedad, no son lícitas las repeticiones superfluas además, aquellas palabras ‘juzgar a los vivos y a los muertos’ no parecen significa el Juicio Universal en el sentido de los alegoristas; porque este Juicio en el sentir de la Iglesia y todo los católicos tienen lugar después de la resurrección de la carne; y el Juicio del Credo de los Apóstoles está colocado antes; pues dice primeramente ‘vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos’ y al final añade ‘y en la resurrección de la carne’. Este orden del Credo va al revés de la doctrina alegorista. En cambio este orden coincide con la milenista; pues según esta, primeramente viene lo que dice San Pablo en II Romanos Timot. 4,1 ‘juzgar a los vivos y a los muertos por su Retorno y su Reino’; y al final de este Reino temporal la resurrección general y el Juicio de todos, que quizás sea todo en el período llamado Mil Años (sean cuantos fueren) y no un ‘día’ solo de 24 horas; pues ‘el día del Señor en la Escritura no significa un día de 24 horas. También ‘juzgar’ en la Escritura muchísimas veces significa reinar, dado que los reyes antiguos eran simplemente el ‘Juez’ que ‘daba a cada uno lo suyo’ lo cual constituye la virtud de la Justicia. Cristo empero por su reino juntamente reinará y juzgará porque infligirá castigo al Anticristo y a sus secuaces y a los justos resucitará y coronará, y después la Resurrección general y el Juicio Final no serán sino el acto final y finiquito de su Reino; y por eso rectamente en el Credo se puso al final. Según la sentencia contraria, el orden del Credo queda turbado y disonante, ya que pone primero lo que en la realidad de las cosas (según todos) ha de suceder posteriormente. Tercio, añaden los milenistas la frase ‘juzgar vivos y muertos’ no tiene buen sentido en la sentencia contraria, pues si acaece post la resurrección no hay ya vivos que juzgar, siendo todos muertos… y revividos; o bien no hay muertos, como quieran. Mas si se quiere hacer significar ‘justos y pecadores’ al inciso ‘vivos y muertos’ surge el incómodo de que el modo de hablar por metáforas ajeno a los símbolos, en donde se presume expresar los dogmas principales con la mayor brevedad, claridad y derechura. Mas en la sentencia milenista, esas palabras corren lo más bien; pues son juzgados los vivos, son juzgados los muertos (o resucitados) en el segundo Advenimiento, y por cierto en el orden del Credo dice: pues primero se juzgan los vivos, puesto que el reinar y su implicación el juicio se ejerce sobre los vivientes; y después se juzgan los muertos por medio de la resurrección general. Mas después del Juicio Final será la vida eterna, la cual vida no es destrucción del Reino de Cristo sino su compleción; de modo que en recto sentido el Reino Milenario no tendrá fin; lo que verifica las palabras del Credo ‘cuyo reino no tendrá fin’. (La Iglesia Patristica…, p. 296-299).

El P. Lacunza a su vez, responde a la objeción que plantea que su reino no tendrá fin, diciendo: “si algún Milenario hubiese dicho, que concluidos los mil años se acabaría el reino del Mesías, en este caso el argumento sería terrible, e indisoluble; mas ninguno lo ha dicho, ni soñado ¿a quién convencerá? Se convencerá a sí mismo, a lo menos de inportuno, como quien da golpes al aire. No obstante para quitar al argumento toda su apariencia, y el equívoco en que se funda, se responde en breve, que el reino del Mesías, considerado en sí mismo sin otra relación extrínseca no puede tener fin: es tan eterno como el reino mismo; mas considerado solamente como reino milenario, es decir como reino sobre los vivos y viadores, que todavía no han pasado por la muerte, en este aspecto es preciso que tenga fin. ¿Por qué? Porque esos vivos y viadores, sobre quienes ha de reinar, y a quienes como rey a de juzgar, han de morir todos alguna vez, sin quedar uno solo que no haya pasado por la muerte. Llegado el caso de que todos mueran, como infaliblemente debe llegar, es claro, que ya no podrá haber reino sobre los vivos y viadores, porque ya no los hay; luego el reino en este aspecto sólo tuvo fin, mas no por eso se podrá decir, que el reino tuvo fin y se acabó; pues siguiéndose inmediatamente la resurrección universal, el reino deberá seguir sobre los muertos ya resucitados, y esto eternamente sin fin”. (La Venida de Cristo…, p. 69-70).

Con respecto al decreto del Santo Oficio con el que se pretende afirmar dogmáticamente que está condenado el milenarismo patrístico, es citado como prueba dogmática o cuasi dogmática, para decir que el milenarismo está condenado.

En primer lugar, el famoso decreto del Santo Oficio de 1944, no puede ser esgrimido más allá de su texto, dándole una prueba más allá de lo que el texto dice. Nos referimos a este decreto y no al anterior, puesto que no fue incluido en las actas de la Sede Apostólica ni refrendado por Pío XII, gracias a Dios, porque el decreto en sí, era herético, al negar el reino corporal de Cristo antes del juicio final, como si no reinara en esta tierra corporalmente a través de su Presencia Real en el sagrario.

El valor del decreto en cuestión, no tiene el peso dogmático que los antimilenaristas quieren darle, pues en primer lugar no condena nada, no es un decreto dogmático, simplemente es un decreto que dice que hay que tener cuidado, es decir que es peligroso enseñar el milenarismo mitigado, como quien dice, no se puede cruzar la calle sin peligro, pero no está prohibiendo cruzar la calle, el decreto en cuestión dice que no se puede enseñar sin peligro el milenarismo mitigado y eso es evidente, pues como todo y más tratándose de este tema, los peligros por malos entendidos y tergiversaciones se pueden multiplicar como ha acontecido en el pasado. Entonces como dice el adagio, odiosa sunt restringenda.  

Otra cosa es que este decreto se haya manipulado como instrumento para aplastar el milenarismo patrístico, valiéndose de un decreto que no dice ni condena lo que ellos pretenden; seguir basándose en tal decreto para decir que está condenado, es ser sencillamente un despistado, cuando no un imbécil ignorante, movido por un furor antimilenarista que raya en lo diabólico, por un secreto odio del reino pleno de Cristo Rey sobre esta tierra, no solamente de derecho, sino de hecho.

El decreto no es más que una advertencia ad cautelam y no una sentencia dogmática; si se quiere es una prohibición disciplinar y no una prohibición doctrinal, y menos dogmática (infalible). Claro está que ha sido utilizado de manera abusiva, y se ha manipulado por el clero para intimidar a aquellos que eran milenaristas en dicho momento y hoy se continúa haciendo lo mismo.

Lo mismo dígase de la condena del P. Lacunza, pues no se trata de ninguna condena doctrinal, sino de una prohibición de su libro, para que no fuese leído por el gran público en general, se le puso en el Índex, pero ya es sabido que no todo libro puesto en el Índex, es necesariamente herético, como lo afirma Menéndez y Pelayo; baste recordar además que hasta la Biblia en su momento, en lengua vernácula fue prohibida su lectura, lo que equivale a estar como incluida en el Índex.

El gran don Marcelino Menéndez y Pelayo, deja esto muy en claro al decir: “La obra, desde 1924, fue incluida en el Índice de Roma, razón bastante para que quedara con nota y sospecha de error. Pero no todo libro prohibido es herético; y al ver que notables y ortodoxísimos teólogos ponen sobre su cabeza el libro del P. Lacunza, como sagaz y penetrante expositor de las Escrituras, por más que no consideren útil su lección a todo el linaje de gente, ocúrrese desde luego esta pregunta: ¿Fue condenada La Venida del Mesías por su doctrina milenarista, o por alguna otra cuestión secundaria?”. (Historia de los Heterodoxos Españoles, ed. BAC, Madrid 1967, T. II, p.668).

Evidentemente que según lo veremos en el siguiente texto que citaremos, don Marcelino deja en claro que no pudo ser por la doctrina milenarista, ya que como señala es opinable y no condenable como los antimilenaristas quieren hacerla ver para condenarla: “Pero todos sabemos que la cuestión del milenarismo (del espiritual se entiende) es opinable y aunque la opinión del Reino temporal de Jesucristo en la tierra tenga contra sí casi todos los padres, teólogos y expositores desde fines del siglo V en adelante, comenzando por San Agustín y San Jerónimo, también es verdad que otros Padres más antiguos la profesaron y que la Iglesia nada ha definido, pudiendo tacharse a lo sumo, de inusitada y peregrina la tesis que con grande aparato de erudición bíblica y no con poca sutileza de ingenio quieren sacar a salvo el P. Lacunza. Ni ha de tenerse por herejía el afirmar, como él lo hace, que Jesucristo ha de venir en gloria y majestad, no sólo a juzgar a los hombres, sino a reinar por mil años sobre sus justos en el mundo renovado y purificado, que será como un traslado de la celestial Sion. Otras debieron ser, pues, las causas de la prohibición del libro…”. (Ibídem, p.668-669).

Queda claro que la puesta en el Índex, no fue por causa de la doctrina milenarista, sino por alguna otra cuestión secundaria, tal como afirma de Menéndez y Pelayo; y esta cuestión secundaria en la que no vamos a entrar ahora, ni nos interesa a nuestro objetivo, no toca la doctrina milenarista que es lo que aquí nos interesa. Es decir, que el libro fue puesto en el índice, no por la doctrina del Milenarismo Patrístico o Espiritual, sino por otra cuestión secundaria, es lo que debe de quedar claro, para no seguir afirmando estupideces que no corresponden.

De otra parte don Marcelino deja bien claro que lo que sí es condenable era el milenarismo carnal: “San Jerónimo (sobre el capítulo 20 de Jeremías) no se atrevió a seguirla, tampoco a condenarla, ya que la habían adoptado muchos mártires cristianos, por lo que opina que a cada cual es lícito seguir su opinión, reservándolo todo al juicio de Dios. Lo que desde luego fue anatematizado es la sentencia de los milenarios carnales, que suponían que esos mil años habían de pasarse en continuos convites, francachelas y deleites sensuales”.  (Ibídem, p.667).

Esto bastaría una vez más para no considerar indebida, injusta y falsamente a San Jerónimo y a San Agustín como antimilenaristas, como quieren hacer ver hoy los antimilenaristas, pretendiendo apoyarse en ellos.

El P. José Rovira, maestro del P. Alcañiz y autor del artículo Parusía en la Enciclopedia Espasa Calpe, dice: “En este punto los milenaristas fundándose en el Apocalipsis (XX, 1-9), admitieron después de la muerte del Anticristo un reino de Cristo y de los santos que había de durar mil años. Pero los milenaristas eran de dos clases. El milenarismo herético y judaizante,  cuyo fundador fue Cerinto, de los que admitían un reino de Cristo terreno con placeres y deleites materiales y sensuales, o así mismo un reino judaizante en el que se restablecería la circuncisión y los sacrificios, ritos y ceremonias de la ley mosaica. El otro milenarismo admitía un reino espiritual de Cristo y de los santos en la tierra que habría de durar mil años. Este otro milenarismo, aunque no fue universalmente admitido, estuvo con todo muy extendido en los primeros siglos de la Iglesia. Y así, milenaristas fueron san Papías…, san Ireneo…, san Justino mártir…, san Victorino mártir…, san Metodio…, san Zenón… y otros. Verdad es entonces que otros Santos Padres no admiten el milenarismo y aun positivamente lo rechazan y combaten, pero, en general, atacan y combaten el milenarismo terreno y carnal o el judaizante, más no el de Ireneo y Papías. (…) Dos cosas son también dignas de notarse. La primera es que la Santa Iglesia nunca ha reprobado positivamente el milenarismo de los Santos Padres y mártires de que habla san Jerónimo. La segunda: que los milenaristas más antiguos como fueron Papías e Ireneo, transmiten esta doctrina del reino milenario no puramente como fruto de sus interpretaciones ecriturísticas, sino como enseñanzas recibidas de los Apóstoles y de los varones apostólicos”. (p. 440-441).

Como hace ver Mons. Cristino Morrondo, el famoso Cornelio Alápide describe mejor que lo que cualquier milenarista de valía podría hacerlo, sin ser él un milenarista y por eso sus palabras tienen aún mayor peso y valor: “Cornelio Alápide, Comentarios al Profeta Daniel, VII-27, aunque en variedad de lugares de su obra voluminosa, hace incesantes reparos a los milenarios, pero se vio obligado ante la evidencia del texto sagrado, a consignar sus convicciones diciendo: ‘Que el reino y la potestad y la grandeza del reino que está debajo del cielo sea dado al pueblo de los Santos del Altísimo, cuyo reino es eterno y todos los reyes le servirán y obedecerán… yo digo que es cierto que vendrá este reinado de Cristo y de los Santos, y que este reinado no será solamente espiritual como el que ha tenido siempre en la tierra, ya cuando se ha perseguido a los Santos, ya cuando estuvo sujeto a persecuciones y trabajos, sino que este reinado será corporal y glorioso; es decir, que los Santos con sus cuerpos y sus almas han de reinar con Cristo aquí en la tierra como reinarán eternamente en el cielo. Mas creo que ese reinado dará principio en la tierra en el momento de haber dado muerte al Anticristo, pues muerto este y despojado de sus dominios, la Iglesia reinará en todo el universo, y el redil lo compondrán judíos y gentiles y después el reino será trasladado al cielo y por toda la eternidad’ ”. (Catástrofe y Renovación, ed. Tipografía de El Pueblo Católico, Jaén 1924, p. 215).

El P. Benjamín Martín Sánchez, nos da una idea de lo que es el Milenio, según las Escrituras: “Yo creo firmemente ( después de un detenido estudio de la Biblia) en un milenarismo en la tierra (y si a alguno no le agrada la palabra ‘milenarismo’, dígase ‘época maravillosa de paz’ de mil o miles de años), que tendrá lugar después de la muerte del Anticristo y a raíz del juicio universal de naciones y a ello contribuirá el estar encadenado o reprimida la acción de Satanás. Entonces los judíos convertidos usufructuarán su conversión, se multiplicará la fe, tendrá un triunfo definitivo la Iglesia de Cristo y se cumplirá la profecía ‘un solo rebaño bajo un solo pastor’…”. (Nuevo Testamento Explicado, ed. Apostolado Mariano, Sevilla 1988, p. 427).

Es lamentable ver, que la gran mayoría de los sacerdotes aun tradicionalistas, si es que no son casi todos, son antimilenaristas; no combaten el milenarismo craso ni el judaizante (de lo cual parece que no tienen ni idea), sino que pareciera que lo que  les causa urticaria y alergia es el Reino de Cristo Rey en cuanto tal, aplastando y triunfando de hecho sobre sus enemigos.  Aquí está en el fondo el contenido diabólico de su antimilenarismo exacerbado. Por eso el P. Castellani advirtió con profunda lucidez: “Pero milenarismo y antimilenarismo representan en la realidad histórica hodierna dos espíritus, dos modos de leer la Escritura, y de ver en consecuencia la Iglesia y el Mundo. De ahí la lucha”. (Los Papeles de Benjamín Benavídez, ed. Dictio, Bs. As., 1978, p. 412).

A ver si se convencen ante la evidencia y aceptan que los reinados temporales ya no tienen lugar ni espacio históricamente, la política quedó superada, sólo queda la bienaventurada esperanza (Tito. 2,13) del Reino de Cristo Rey.

No queda más que recordar y tener presente la enseñanza de San Pablo: “Te conjuro delante de Dios, el cual juzgará a vivos y a muertos, tanto por su aparición como por su reino: predica la palabra, insta a tiempo y a destiempo, reprende, censura, exhorta con toda longanimidad y doctrina”. (II Tim. 4,1-2).





P. Basilio Méramo

Bogotá, 1 de Junio de 2016

jueves, 31 de marzo de 2016

UN TEXTO INTERESANTE DE SAN JUAN CRISÓSTOMO PARA ESTOS TIEMPOS.
Este es un texto que viene muy bien en estos tiempos donde se nos presenta una espiritualidad y santidad desfiguradas y amaneradas, pretendiendo ser la expresión de la caridad, y resulta que es pura moralina flácida, degenerada y barata de un espíritu religioso corrompido, amanerado y afeminado que ha hecho de soldados de Cristo, efebos del Anticristo.
He aquí las palabras de San Juan Crisóstomo, patrono de los predicadores y como su nombre mismo lo indica pico, o boca de oro, por la excelencia de los sermones de este santo Padre de la Iglesia oriental, nacido en Antioquía de la antigua Siria.

P. Basilio Méramo
Bogotá, 31 de Marzo de 2016


12. MANDA QUE LOS BLASFEMOS SEAN CORREGIDOS Y VAPULEADOS.
Pero ya que se han dicho unas palabras de la blasfemia, quiero pediros un favor a todos vosotros, como recompensa de esta exhortación: que me castiguéis a los que blasfeman en la ciudad, Si vieres a alguno que blasfema de Dios en la calle o en la plaza, acércate, repréndele: y si hay que aplicar (castigo) azotes, no rehúyas; abofetéale la cara, rómpele la boca, santifica tu mano con el golpe. Y dado que algunos denuncien y seas llevado a juicio, sigue: y si el juez en su tribunal sentado te condena, di con libertad que (aquel) ha blasfemado contra el Rey de los ángeles. Pues si a los que blasfeman al rey terreno es preciso castigarlos, mucho más a los que a Dios contumelia, Porque el crimen es común, la injuria pública, lícito es a cualquiera acusar.
Sepan tanto los judíos, como los gentiles, que los cristianos son los custodios conservadores de la ciudad, los curadores, los presidentes, los maestros: y lo mismo adviertan los disolutos y perversos, que los servidores de Dios han de ser temidos de ellos, para que si osaren alguna vez hacer cosa semejante, se lo miren bien por todos lados, y teman las sombras, recelosos de que no vaya algún cristiano que los oye, a asaltarlos y los castigue con gran valentía.

(Tomado de LAS XXI HOMILÍAS DE LAS ESTATUAS, Homilía I-12, p.28).