viernes, 12 de agosto de 2022

La Transfiguración: Visión profético-apocalíptica del Reino de Cristo en la Tierra

 Después de anunciar Nuestro Señor Jesucristo por primera vez su Pasión, tiene lugar la

Transfiguración a los seis u ocho días, según se cuente, en un monte alto y nevado que, según

el P. Castellani, no puede ser sino el Hermón y no el monte Tabor que es prácticamente una

loma, aunque esta cuestión sobre el lugar es irrelevante ante la significación proféticoapocalíptica

de la misma; y, poco antes, Nuestro Señor advertía que el día de su Parusía se

avergonzará de aquellos que se avergonzaron de Él ante los hombres, es decir, que se avergonzará

de los hombres de poca fe que no sean capaces de tener el valor para dar testimonio de Él ante

los hombres de este siglo: poderosos que reinan y gobiernan en la ambición, las riquezas, la

injusticia, etc.


La Pasión y muerte de Nuestro Señor (o derrota aparente de Cristo) iba a ser el gran escándalo,

aun para sus apóstoles, que incluso no entendieron (al principio) sus palabras. Todos huyeron

ante la cruz: San Juan permaneció por acompañar a la Virgen, sino también hubiera huido

despavorido como los demás apóstoles. Nuestro Señor les da un anticipo a los apóstoles

llevándose a tres de ellos: San Pedro, Santiago y San Juan para que no claudiquen en la fe ante

la pasión y muerte, anticipándole una visión de su divina gloria y majestad en su Parusía. Así

como esto afianzó a los apóstoles ante la hecatombe de la cruz, de esta terrible derrota

humanamente hablando, y que los mantuvo en la fe a pesar de su huida, así también será para

los fieles del pequeño rebaño lo que los mantendrá firmes en la fe. De aquí la gran bienaventurada

esperanza de la cual nos hablan San Pablo: “aguardando la dichosa esperanza y la aparición del

gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo” (Tito 2, 13); San Pedro: “poned toda vuestra esperanza

en la gracia que se os traerá cuando aparezca Jesucristo” (I Ped. 1, 13); “Si, pues, todo ha de

disolverse así ¿cuál no debe ser la santidad de vuestra conducta y piedad para esperar y apresurar

la Parusía del día de Dios, por el cual los cielos encendidos se disolverán y los elementos se

fundirán para ser quemados? Pues esperamos también conforme a su promesa cielos nuevos y

tierra nueva en los cuales habite la justicia” (II Ped. 3, 11-13) y San Juan: “Carísimos, ya somos

hijos de Dios aunque todavía no se ha manifestado lo que seremos. Mas sabemos que cuando se

manifieste seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal como es. Entretanto quienquiera tiene

en Él esta esperanza se hace puro, así como Él es puro” (I Juan 3, 2-3).


Teofilacto, en la Catena Aurea (compilación de los comentarios mas destacados e importantes a

los cuatro evangelistas que recopila Santo Tomas), es uno de los pocos que relaciona la

Transfiguración con la Parusía y llega incluso a decir que es una profecía de la Segunda Venida,

o lo que es lo mismo, una profecía apocalíptica.


Teofilacto, a su vez, comenta: “Queriendo manifestar que no prometía en vano cuando habló de su

gloria, añade: ‘en verdad os digo que alguno de los que aquí están’, no verán la muerte, antes de

que el reino de Dios viniendo con poder, que es como si dijera: ‘algunos, esto es, Pedro, Santiago y

Juan, no morirán hasta que les muestre en la Transfiguración cuánta gloria ha de acompañarme

en mi Segunda Venida. La Transfiguración no era, pues, otra cosa que la profecía de la Segunda

Venida, en la cual brillaran el mismo Cristo y los santos”. (Catena Aurea, S. Marcos 8, 34-39).


Eusebio, otro comentador, también lo hace dándole un sentido mas milenarista ya que asocia el

hecho de la Transfiguración con la manifestación de su Reino, es decir, del Reino de Cristo en

esta y sobre esta tierra.


Eusebio dice, también: “Cuando el Señor habló a sus discípulos del misterio de su Segunda

Venida, para que no pareciese que creían solo por las palabras, procedió a las obras,

manifestándoles, con fe oculta, una figura de su reino. Por lo que prosigue: ‘y aconteció como ocho

días después de estas palabras, que Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y subió a

un monte a orar”. (Catena Aurea, Lucas 9, 28-31).


Por asombroso que parezca, el mismo S. Jerónimo, increíble y paradójicamente, relaciona la

Transfiguración con la Parusía y su Reino: “El señor, efectivamente se transformo en aquella gloria

con que vendrá después a su reino”. (Catena Aurea, S. Mateo 17, 1-3).


En la Comida Pascual o Última Cena, Nuestro Señor hace referencia a su Parusía y a su Reino

al decir que no volverá a comer y a beber hasta que venga en su Reino. Esto lo dicen los tres

sinópticos: San Lucas 22, 16: “Porque os digo que Yo no volveré a comer hasta que ella tenga

plena su plena realización en el reino de Dios”; San Lucas 22, 30: “Para que comáis y bebáis a mi

mesa en mi reino”; San Mateo 26, 29: “Os digo: desde ahora no beberé de este fruto de la vid hasta

el día aquel en que lo beba con vosotros, nuevo, en el reino de mi Padre”; y San Marcos 14, 25:

“En verdad os digo, que no beberé ya del fruto de la vid hasta el día aquel en que lo beberé nuevo

en el reino de Dios”. Y así pedimos en el Padre Nuestro: venga tu reino (adveniat regnum tuum),

sin percatarnos de su significado.


Algunos pueden objetar que en estos textos, al hablar de Reino de Dios, se trata del cielo, pero

es absurdo pues en el cielo no se come ni se bebe, sino que es en esta tierra donde se da la

comida y la bebida. Aunque por ahí algún despistado andará pensando que en el cielo se cultiva

trigo para hacer pan y se plantan vides para hacer vino. Aunque esto pareciera una burla o, en

el mejor de los casos, una ironía, sin embargo, cobra realidad en todos aquellos que,

lamentablemente son la mayoría, piensan que se trata única y exclusivamente del Reino de Dios

en los cielos.


También Nuestro Señor ante el Sanhedrín, interrogado por su divinidad, no solo la confirma,

sino que, además, como señal y prueba de ella, señala su Parusía: “Díjole, pues, el sumo

sacerdote: ‘Yo te conjuro por el Dios vivo a que digas si Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios’. Jesús le

respondió: ‘Tú lo has dicho. Y Yo os digo: desde ese momento veréis al Hijo del hombre sentado a

la diestra del Poder y viniendo sobre las nubes del cielo’” (Mateo 26, 63-64); y luego, ante Pilato,

manifiesta su realeza, pues a la pregunta de si era rey, responde afirmativamente: “Díjole, pues

Pilato: ‘¿Conque Tú eres rey?’ Contestó Jesús: ‘Tú lo dices: Yo soy rey. Yo para esto nací y para

esto vine al mundo’” (Juan 18, 37).


A pesar de haber dicho que su reino no es de aquí: “Replicó Jesús: ‘Mi reino no es de este mundo.

Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores combatirían a fin de que Yo fuese entregado a los

judíos. Mas ahora mi reino no es de aquí’” (Juan 18, 36); pues no se percatan que en realidad no

dijo, como erradamente se piensa, que su reino no es en esta tierra porque dice claramente, “mas

ahora”, “por ahora” o “todavía” (nunc autem), mi reino no es de aquí. Los comentadores, en su

gran mayoría, se olvidan de esto pasando de largo olímpica y tranquilamente y, peor aun, en las

traducciones de la vulgata a las lenguas vernáculas como en español, no traducen, se comen, se

tragan el “nunc autem”.


La prueba irrefutable de que se trata del reino aquí en la tierra y no en el puro cielo, la tenemos,

además, en lo que dicen los tres sinópticos: S. Lucas 9, 26; S. Marcos 8, 38 y S. Mateo 16, 27,

pues Nuestro Señor está hablando de cuando venga del cielo a la tierra en la gloria de su Padre:

“Quien haya, pues, tenido vergüenza de Mí y de mis palabras, el Hijo del hombre tendrá vergüenza

de él, cuando venga en su gloria, y en la del Padre y de los santos ángeles” (Lucas 9, 26); “porque

quien se avergonzare de Mí y de mis palabras delante de esta raza adúltera y pecadora, el Hijo

del hombre también se avergonzará de él cuando vuelva en la gloria de su Padre” (Marcos 8, 38);

“porque el Hijo del hombre a de venir, en la gloria de su Padre” (Mateo 16, 27), (inmediatamente

viene la transfiguración); es así que comerá y beberá en su reino aquí en la tierra cuando vuelva,

tal como precisa S. Lucas: “para que comáis y bebáis a mi mesa, en mi reino” (Lucas 22, 30).

Esto fue lo que vieron en la visión anticipada y profética el día de la Transfiguración, por eso S.

Pedro da testimonio de ello al decir: “Porque no os hemos dado a conocer el poder y la Parusía de

Nuestro Señor Jesucristo según fabulas inventadas, sino como testigos oculares que fuimos de su

majestad. Pues Él recibió de Dios Padre honor y gloria cuando de la Gloria majestuosísima le fue

enviada a aquella voz: ‘Este es mi Hijo amado en quien Yo me complazco’; y esta voz enviada del

cielo la oímos nosotros, estando con Él en el monte santo”. (II Ped. 1, 16-18).


S. Juan también dice en su evangelio, que leemos en el último evangelio de cada misa, que vio

la gloría de Dios (Juan 1, 14) y es esta gloria a la que se refriere pues nadie en esta tierra puede

decir, ni en vida, que ha visto verdaderamente la gloria de Dios.


Como contra prueba, Nuestro Señor agrega que algunos no verán la muerte sin ver antes su

Parusía: “Os digo, en verdad, algunos de los que están aquí, no gustarán la muerte sin que hayan

visto antes el reino de Dios” (Lucas 9, 27); “Y les dijo: ‘En verdad, os digo, entre los que están aquí,

algunos no gustarán la muerte sin que hayan visto el reino de Dios venido con poder’” (Marcos 9,

1); “En verdad, os digo, algunos de los que están aquí no gustarán la muerte sin que hayan visto

al Hijo del hombre viniendo en su Reino” (Mateo 16, 28); la cual vieron en la Transfiguración los

tres apóstoles privilegiados que subieron con Él al monte santo y oyeron las palabras del Padre

Eterno: “Este es mi Hijo, el Amado, en quien me complazco”. Como vemos, S. Mateo precisa

“viniendo en su reino”; luego queda claro que no es el reino en cielo.


Cuando S. Marcos en 9,1 dice que no morirían sin antes ver el reino de Dios venido en poder, es

evidente que se está refiriendo a la Segunda Venida de Nuestro Señor, la Parusía, viniendo por

segunda vez a la tierra no como en la primera venida, en estado de anonadación y humildad,

sino con el poder de toda su divina gloria y majestad como Rey de cielos y tierra en cuanto

hombre, es decir, Verbo Encarnado; y por lo mismo, Rey y Juez de todo el universo.


S. Lucas dice, reino de Dios; S. Marcos, reino de Dios venido con poder, y S. Mateo dice, mas

claramente, el Hijo del Hombre viniendo en su reino. Queda más que claro y evidente, en estos

textos, que el reino de Dios es el reino de Cristo, Hijo del Hombre, es decir, Verbo Encarnado

viniendo en su reino o a su reino terrestre el día de su Parusía, tan terrestre o terrícola como lo

fue la misma encarnación en Belén, donde se produjo, y no en el cielo o en algún otro planeta.

Estas cosas no las han visto los exégetas y teólogos no solo por descuido o ignorancia, sino por

una sistemática oposición a todo lo que huela a milenarismo olvidándose que la doctrina común

en los primeros cuatro o cinco siglos de la Iglesia era el milenarismo patrístico; pues como

advierte el P. Castellani, hay dos posiciones antagónicas que luchan en combate, y así dice: “Pero

milenarismo y antimilenarismo representan en la realidad histórica hodierna dos espíritus, dos


modos de leer la Escritura, y de ver en consecuencia la Iglesia y el Mundo. De ahí la lucha”. (Los

Papeles de Benjamín Benavides, Biblioteca Dictio, Bs. As. 1953, p. 412).


Por eso, el P. Castellani enfatiza haciendo ver que el milenarismo patrístico aplasta ese ideal de

un triunfo terreno por mano del hombre y que nutre al progresismo vergonzante de nuestra época

como lo señalaba el P. Julio Meinvielle, y por eso el P. Castellani dice: “Esta luz cruda deshace y

evacúa la eterna ilusión babélica de construir una torre que llegue al cielo, de puro ladrillo y barro;

de recobrar y reconstruir el antiguo Edén con solas fuerzas humanas; de llevar a su consumación

el Reino de Dios por medios políticos; de que este mundo durará muchísimo y siempre en continuo

progreso. Esos son los principales ensueños del mundo moderno y han sido siempre la mas

profunda y tenaz tentación del hombre, hoy día campante y dominante por doquier fuera de la

Iglesia. Contra ellos se levanta del Apokalypsis la austera visión del Milenarismo”. (Los Papeles de

Benjamín Benavides, Biblioteca Dictio, Bs. As. 1953, p. 65).


Y aquellos que se creen muy católicos impugnando el Milenarismo Patrístico, no se dan cuenta

que no son mas que ignorantes judaizantes que caen en el mismo error al esperar el triunfo

humano de la Iglesia, como dice el P. Castellani: “Es el mismo sueño carnal de los judíos, que los

hizo engañarse respecto a Cristo. Estos son milenistas al revés. Niegan acérrimamente el Milenio

metahistórico después de la Parusía, que está en la Escritura; y ponen un Milenio que no esta en

la Escritura, por obra de las solas fuerzas históricas o sea una solución infrahistórica de la Historia;

lo mismo que los impíos ‘progresistas’, como Condorcet, Augusto Comte y Kant; lo cual equivale a

negara la intervención sobrenatural de Dios en la Historia; y en el fondo, la misma inspiración

divina de la Sagrada Escritura”. (El Apokalypsis, Ed. Paulinas, Bs. As. 1962, p. 367). Y remata

unas líneas después: “El Apokalypsis es el único antídoto actual contra esos ‘pseudoprofetas’”.

(Ibídem, p. 367). Y un párrafo mas abajo, expresa: “El que ‘deja allí’ el Apokalypsis canónico, cae

en los Apokalypsis falsos”. (Ibídem, p. 367).


Por eso dice, refriéndose a estos pseudo profetas que caen en un milenarismo falso y malo: “Pero

de un milenarismo malo, que espera el Reino de Cristo en la tierra antes de la Venida de Cristo, y

obtenido por medios temporales, y consistente en un esplendor de la Iglesia también temporal”.

(Los Papeles de Benjamín Benavides, Biblioteca Dictio, Bs. As. 1953, p. 287)


Y refiriéndose a todos aquellos que tildan al Milenarismo Patrístico como judaizante, manifiesta:

“En fin, los milenistas son ‘judaizantes’ pero ¿qué cosa mas judaizante que esperar un gran triunfo

terreno de la Iglesia antes de la Segunda Venida de Cristo? El actual socialismo comunista, por

ejemplo, es netamente milenista carnal (y ateo), es decir, ‘judaizante’”. (El Apokalypsis, Ed.

Paulinas, Bs. As. 1962, p. 87).


En definitiva, el P. Castellani dice que no basta creer en Cristo para ser católico, pues: “Eso de

llamar Dios a Cristo no distingue hoy mas a los cristianos de los herejes: estos hoy día no tienen

reparo en hacerlo pero han enturbiado el nombre; han gastado el cuño de la moneda. Lo que

distingue a los verdaderos cristianos es que esperan la Segunda Venida”. (Los Papeles del

Benjamín Benavides, Biblioteca Dictio, Bs. As. 1953, p. 426).


El que no lo crea, lo niegue o, simplemente, dude, no es católico sino un solapado hereje. Blanco

sobre negro pues, como dice Nuestro Señor: “Sí, sí; No, no. Todo lo que excede a esto, viene del

Maligno” (Mateo 5, 37); y, además, “la verdad os hará libres” (Juan 8, 31).


P. Basilio Méramo

Bogotá, 11 de agosto de 2022